
Por Alberto Di Lolli. Reportero gráfico periódico El Mundo. Crece en CVX-E Ignacio Ellacuría en Valencia y actualmente CVX Caná en Madrid.
En el año 2015 tuve oportunidad de ser testigo del éxodo de refugiados que llegaron a Europa huyendo de de la guerra en Siria.
En uno de mis viajes para documentar para el periódico la llegada de miles de personas, fui a la localidad de Presevo, en la frontera de Serbia con Macedonia. Las personas que escapaban de la guerra cruzando Turquía, Grecia y Macedonia, llegaban en un tren a varios kilómetros de la frontera y caminaban por tierra de nadie hasta alcanzar este pequeño pueblo.
Las autoridades y varias ONG montaron un centro de recepción, que registraba a los recién llegados y les proveía de algunos elementos básicos de comida, higiene y algo de ropa, antes de que prosiguieran su camino. El interés del gobierno serbio era organizar su traslado desde este lado de Serbia hasta el otro extremo, la frontera con Hungría, para que siguieran hacia Europa y no se quedaran en su país.
Sin embargo, los seres humanos tenemos la increíble capacidad de convertir cualquier desgracia en un negocio, tal vez por algún gen carroñero que anida en nuestro ADN primitivo y que nos impulsa a aprovechar la desgracia ajena para engordar las calorías propias.