Cuando dejas de hacer lo bueno, por pereza, egoísmo, imagen, prestigio y tantas excusas más, estás negando a Jesús.
Cada vez que te avergüenzas de ser creyente, de hacer cosas «de Iglesia» porque te da palo, corte o te importa más el qué dirán, estás negando a Jesús.
Cada vez que te olvidas de hacer oración, de comunicarte con Dios, de mirar el mundo a través de los ojos bondadosos de Dios, estás negando a Jesús.
Seguro que encuentras alguna manera de no negarle. Especialmente si te rodeas de gente que valora su mensaje con tú.
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