No se aprecia cansancio en los ojos de Adolfo Nicolás (Villamuriel de Cerrato, Palencia, 29 de abril, 1936), escondidos tras grandes gafas. El superior general de la Compañía de Jesús, desde enero pasado, se presenta animoso y sonriente ante los periodistas, en la sede de la curia jesuita catalana, en Barcelona. Nadie podría suponer al verle, enfundado en su impecable traje talar, que apenas ha dormido cuatro horas por culpa de una huelga salvaje de Alitalia que canceló su vuelo de Roma a Barcelona, y le obligó a tomar otro casi de madrugada. Es miércoles por la mañana, primera jornada del viaje oficial de tres días del papa negro a España, aunque en sus intervenciones él se referirá casi siempre a su destino como la “Península Ibérica”. El líder de la mayor orden católica se desplaza escoltado por su consejero para Europa, Joaquín Barrero Díaz, y por el provincial de Cataluña (en el organigrama jesuita, la Provincia Tarraconense), Lluís Magriñà. La primera cita es con los medios, quizás lo que más teme Nicolás, porque en el programa de su visita abundan los encuentros educados y las conferencias, además de una visita casi privada a Montserrat y a la cueva que ocupó en Manresa San Ignacio de Loyola, que fundó la orden en 1540.
Adolfo Nicolás Pachón, el tercero de cuatro hermanos, hijo de un militar no de carrera, habla cuatro idiomas, aparte del español, y todavía no ha olvidado el catalán popular de la Barcelona de su infancia. En la capital catalana vivió nueve años, -entre los cuatro y los trece-, pero su saludo en la lengua local, en esta primera cita, no va más allá de unas pocas palabras. Aun así, le llueven preguntas en catalán, algunas de las cuales no entiende.
Un aura de lejanía envuelve al superior general de los jesuitas, como si más que llegar de Oriente (donde vivió 48 años, la mayor parte en Japón), llegara de otra galaxia. Delgado, de estatura media, bien peinado el escaso pelo gris, el sucesor de Peter-Hans Kolvenbach responde a todo con una voz juvenil que parece salir de otro cuerpo, y con prudencia oriental. Evitando suministrar titulares a los periódicos, temeroso de meterse en líos a la hora de pronunciarse sobre los problemas de las sociedades occidentales en general, y de la española, en particular.
Sigue leyendo en El País
0 comentarios