Con sentimiento profundamente agradecido, aunque sazonado de nostalgia, quiero enviarte, para que dispongas como creas oportuno, estas últimas impresiones de la peregrinación ignaciana de nuestros hermanos de CVX.
Me disculpo, previamente, ante todos los que te leemos y admiramos, por no haber llevado más al día las crónicas de los acontecimientos. En mi descargo he de decir que no siempre hemos contado con la posibilidad de acceso a Internet en los lugares de alojamiento. En verdad que solamente en uno de ellos, en Loyola tuvimos el acceso sin restricciones. En los demás, la necesidad de guardar turnos o de buscar un cyber me echaba para atrás y me ha limitado mucho, pues obligaciones más inmediatas no me han dejado mucho tiempo para ello. No obstante, y aunque tampoco he podido leer el blog desde hace unos días, tengo el leve conocimiento, al menos la impresión, de que hemos tenido unos “reports” muy suculentos, escritos por nuestros amigos de CVX de Pamplona y otros lugares. Voy a aprovechar para leerlos detenidamente y disfrutarlos.
Antes de nada, deciros a todos que el final de la peregrinación ha llegado con un balance muy positivo en lo referente a la salud y el bienestar de todos los peregrinos. Nuestros ángeles custodios han hecho bien su trabajo y San Ignacio nos ha protegido de todo mal, guardándonos de peligros e incidentes luctuosos. Deo gratias.
Supongo que la última etapa Montserrat-Manresa sea la que no haya sido narrada, por consiguiente, me gustaría compartir con todos, muy brevemente, alguna experiencia más señalada de este último tramo. Por supuesto, no quiero olvidarme de nuestra querida Madre del Pilar, en Zaragoza. Sobre todo, porque, aunque destrozados por la actividad del día anterior, y deseando irnos pronto a la cama, nadie se perdió el paseo nocturno bordeando los enormes muros de la Basílica, sin poder acceder, pues ya eran las 10,30 de la noche. Cuando descubrimos que el templo abriría a las 7 de la mañana, nadie dudó en levantarse y hacer una visita a la Madre Buena de la Hispanidad. Así fue como, bien temprano, la virgencica nos iluminó el día y nos animó a seguir el camino. Pronto estuvimos en Cataluña, tierra de tanto significado ignaciano.
Las montañas de Montserrat nos quitaron el aliento. Los peñascos desnudos y altivos erguidos sobre el monasterio y la basílica, ciertamente imponen. Los ojillos de nuestras amigas catalanas, Paddy y María, brillaban de orgullo y satisfacción al tiempo que nos explicaban la transcendencia del lugar para su tierra y para toda la iglesia. Nuestra Señora “La Moreneta” iba a cuidar de nosotros y nos iba a rodear con sus brazos compasivos y dulces. El hotel, la Abadía, los niños de la Escolanía, vaya con los niños de la Escolanía, como cantan el Virolai y la Salve!, nos dejaron con la boca abierta y el alma henchida de gozo. El hotel resultó un lujazo, demasiado para los peregrinos, dijo algún peregrino, pero nadie se quejó por ello, ya que, como decía Santa Teresa: “cuando sea perdiz, perdiz y cuando penitencia, penitencia”. Estaba claro que, también en Montserrat, el plato sería más de perdiz que de penitencia!
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