Publica hoy el Diario de Córdoba un artículo de opinión de Isabel Agüera sobre la educación y los profesores. Os invito a leerlo.
Llueven en mi ordenador las alarmas sobre educación en España, alarmas que, por cierto, han dejado de interesarme porque todas vienen a ser más de lo mismo: el fracaso, el bajo índice de rendimiento, etc. Pero existen otras alarmas que están clamando al cielo y que parece que no sólo son las grandes ausentes en este prodigio de los ordenadores, sino que también carecen de voz para esta sociedad empeñada en destacar sólo aspectos negativos relacionados con el aprendizaje puro y duro para concluir que los niños de hoy son unos grandes ignorantes comparados con los de ayer. ¡Qué barbaridad! Los niños hoy puede que no repitan de memoria, por ejemplo, límites de España, pero saben dónde y cómo pueden aprenderlo. No, corre otra especie de lamento para el cual yo creo que existen oídos sordos: el del magisterio, víctima diaria de limitaciones impuestas por esta cultura de la denuncia que cunde y se propaga entre los padres.
Mi proximidad constante al ámbito educativo a todos los niveles me hace solidaria con este cuerpo tan agredido en estos tiempos injustamente, la mayoría de las veces, y que se ve obligado a tratar a los alumnos con guante blanco, absurda protección que tan sólo va logrando el que se marginen los grandes y trascendentes objetivos de la educación en pro de evitar la mirada airada de unos desinformados, pero osados padres que, violando toda cortesía, amenazan, faltan a la verdad y al respeto del profesor/a de sus hijos. Siempre ha prevalecido en mí como norma aquello de “dar amor, constituye en sí, dar educación”, pero, ¿cómo se puede dar amor si, tras cada alumno, hay exigencias, amenazas, indiferencia? ¿Cómo si no existe la mínima complicidad entre padres y maestros? Por supuesto hay excepciones pero la generalidad es lo que importa, y tal vez la respuesta a esta mayoría sea exigir, reivindicar un cambio de “guantes”.
Soy profesora y me toca bastante de cerca lo que dice este artículo. En general observo que cada generación piensa que sabe más y que sus tiempos fueron mejores que los de la siguiente. Eso me hace recordar unos versos de Jorge Manrique en las Coplas “cualquier tiempo pasado fue mejor”(¡ya había quien pensaba así en el siglo XV!). En mi opinión es un síntoma de vejez cuando empezamos ensalzar melancólicamente lo que ya no tenemos y no somos capaces de ver la novedad y la riqueza de cada nuevo “tiempo”. Coincido con la articulista en que hoy en día hay una excesiva preocupación por proteger al alumno (no se vaya a traumatizar) minusvalorando la capacidad del ser humano para superarse y crecer. Los mimamos y tratamos entre algodones y después la realidad, dura y conflictiva es la que traumatiza de verdad si no les hemos dotado de herramientas para superar un cierto grado de adversidad. Confío en que poco a poco, padres y profesores, vayamos encontrando el punto medio y el equilibrio que permita mejorar las cosas. Concha Gil CVX Salamanca
Gracias por participar en el blog, Concha. No soy profesora, pero me toca de cerca por la comunidad en Coruña. La verdad es que no es un momento nada fácil para los profesionales de la educación. Desde mi punto de vista, los padres han olvidado la autoridad de los profesores. Antiguamente la educación radicaba en: la familia, la escuela y la iglesia. Hoy las familias se desentienden, la escuela ha perdido autoridad y la iglesia ya no digamos. ¿Quién educa? Los medios de comunicación. Mientras los padres no se tomen en serio la educación de sus hijos seguiremos sufriendo la poca protección que tienen los profesores.
Un abrazote, Silvia