En la espiritualidad ignaciana, la tercera semana es el momento de contemplar y acompañar a Jesús en su Pasión. Acompañarle en su viaje a Jerusalén. Jesús se carga con la violencia del mundo. Se hace cargo, se encarga y carga con ella.
No podemos pasar por la vida y salir ilesos, la vida desgasta, roza… no podemos pretender pasar sin que nada nos toque, eso no es vivir. Vivimos con otros y nada de la vida de los demás nos es ajeno. Reconocer nuestras heridas nos abre a empatizar con el dolor humano. Para ello tenemos que mirar dentro de nosotros mismos y entrar en contacto con nuestros sentimientos: esto es necesario para la herramienta de transformación de conflictos.
Hay que bajar de la cabeza al corazón. Mira dentro de ti, desármate y deja que el dolor del otro te toque. No lo vivas con angustia, pide trascender ese dolor. Descubrir el dolor de los que me rodean para ayudar desde la compasión. ¿Cómo te dejas afectar por el dolor que te rodea? ¿te dejas afectar? ¿te muestras indiferente? Poco a poco ve haciéndote consciente sobre cómo te sitúas ante las realidades de dolor cercanas, descubre la vida que surge entre las grietas.
El reto es amar con la confianza de que el amor es más fuerte que la muerte. Hay que dejar morir para dejar que resucite.
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