La compasión ante el duelo: una mirada desde María para Dignificar las pérdidas

Este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan y muchos se levanten. Será un signo de contradicción que pondrá al descubierto las intenciones de muchos corazones. Pero todo esto va a ser para ti como una espada que te atraviese el alma” (Lc 2, 35)

Mario Alberto Páez Colorado

Creador de la metodología “círculos de María” a familias en procesos de duelos no resueltos. Colaborador en CIAS (Centro de Investigación y Acción Social por la paz), en el proyecto de Reconstrucción del Tejido Social. Coordinador de uno de los Centros de la Fundación Justicia y Amor IAP (Jesuitas México)

Este encuentro sobrio entre María y Simeón, que detiene la angustia de una búsqueda del hijo genera en realidad en María una descolocación del Misterio. Es aquí donde la agitada travesía comienza a perturbarla. No obstante, ante lo desconocido, ella se rompe por dentro: un corazón que se desgaja como árbol para aserradero, pero que sabe que la voluntad del Padre está prevista a suceder.

¿Cuál es esa voluntad? Una voluntad que pareciera que nos rompe, nos aniquila, nos suprime, nos vuelve frágiles, violentos y deshonestos. Una voluntad que, sin comprensión, se vuelve en lo absoluto una tragedia que acelera el corazón. Esta voluntad nos vuelve “rotos” como al corazón de María, porque en realidad hemos interpretado la voluntad, pero no la hemos asumido.

En la actualidad, estamos viviendo perdidos y ajenos a todo anhelo que el Padre o Madre tuviera para nosotros. Estamos descolocados de una realidad que provocamos, pero no asumimos. Hemos puesto el deseo en rompernos y traspasar nuestras vidas, antes que asumir el encuentro con lo que nos duele, nos hiere; con los desvalidos, los vulnerados, los oprimidos o exiliados de nuestra propia historia personal.

Nuestra hambre de buscar no ha sido por lo perdido, es por lo no encontrado; dejando atrás la generosidad del encuentro significativo con los otros. Nos quedamos inertes, sin juicio, ni voluntad propia, antes que decidir qué hacer con lo “roto” de nuestra vida hecha historia, y así, rotos, ir a ese encuentro; porque sabemos que generará una incertidumbre mayor al no saber qué hacer con aquello que está delante de cada uno.

Te has preguntado: ¿qué se rompió en tu vida cuando dejaste de buscar lo perdido? ¿Qué perdiste que te paralizó? ¿De quién o quiénes cumples la voluntad?

Ante estas premisas se genera una distopía que nos hace vernos sumergidos en un caos delirante e injusto. Sí, injusto porque vemos crecer una sociedad sin voluntad, sin juicio ni credibilidad de sus propias acciones. Nos hemos quedado ahí, porque creemos que la voluntad sólo es hacer la acción, pero no, la voluntad implica discernir, animar, cobijar, cuestionar, salir, marchar, dialogar, abrir caminos, negociar, bendecir, abrazar, pero sobre todo AMAR. Y ciertamente cuesta, porque no todos tenemos esa mirada de la voluntad. Nuestra voluntad se trastoca cuando el otro traspasa la intimidad de mi ser y me descoloca.

¿Cuántos hemos sido tocados por Simeón en realidad?

A veces sólo vemos voluntades interpretadas e injustas. Y aquí seguimos, buscando desaprender y encontrar sentido a la voluntad misma. Esto nos remite a tres momentos que necesitamos para vivir con voluntad plena:

1. Volver a la raíz

Implica agradecer, desde la compasión, a la madre y padre por la vida. Vida misma que con o sin voluntad nos trajo aquí. Fueron ellos, en sus propias angustias, quienes nos mantuvieron firmes, buscando desaprender y adaptarse a aquello que pareciera sencillo, enfrentando a la vez una lucha constante por mantener firme su misión.

Mirar la raíz es abrazar el dolor, tocarlo y perdonar por lo que no tuvimos. Sabernos amados, a pesar de la paradoja de ser quienes somos.

Volver es agradecer, porque de esa vida me construí yo. Yo que, en mis batallas constantes y episodios de crisis, sigo unido a la esperanza de intimar con mi voluntad. Volver es decir, en nombre de todos los que no pudieron, “yo hoy quiero ser libre para mí”.

2. Recuperar la dignidad

Recuperar la dignidad se trata de una invitación nacida del corazón, una llamada desde la fragilidad, un encuentro con la realidad; que me anima a decir sí, a darle lugar y resignificación a lo perdido. Aquello que me paralizó y vulneró, pero que hoy, siendo consciente, me permito experimentar y decir SI. Porque sé que, al abrirse al encuentro, mi voluntad se transforma en felicidad y fragilidad a la vez.

Recuperar mi dignidad es abrazarme con ternura y decirme: “Yo sí me veo, yo sí me escucho, yo sí me creo.”

3. Trabajar por la justicia

Es mirar con transparencia; es la verdad, la equidad, la honestidad y la firmeza. Trabajar por la justicia es caminar libre, sin creencias limitantes o exilios. Mostrarme tal cual al mundo.

Trabajar por la justicia implica un compromiso mutuo de congruencia entre lo experimentado y la búsqueda de un bien mayor. Encontrarnos cara a cara con los otros y abrazarlos con sus historias, dolores y voluntades propias, aun cuando me descoloquen, porque si de algo estoy seguro es que cada encuentro es para sanar, vivir y soñar. Eso también es justicia.

Al final, María ve cada encuentro, desde la anunciación, como una oportunidad para crecer y fortalecer su vida en la misión. Incluso al pie de la cruz, con tal dolor, nos enseña que aceptar es seguir dándose, porque lo que triunfó es el amor, lo que siempre fue el deseo y voluntad del Padre. Cierra ese encuentro con Juan, quien al pie de la cruz escucha al hijo decir: – Madre ahí tienes a tu hijo, hijo ahí tienes a tu madre. (Jn 19, 26-27.)

Pareciera que la escena significa nuevamente haber perdido al hijo, pero no. María abraza a Juan y en él encuentra el amor, la dignidad, la justicia y voluntad del hijo.

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1 Comentario

  1. Deogracias Montesdeoca Cárdenes

    Extraordinario soporte de transformación personal para abrazar la “dimensión apostólica”.

    Como vocación y sanación de las heridas nuestras y de quienes están golpeadaos por el cruel dolor de las injusticias y la soledad del duelo en la tribulación.

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