La llamada a la libertad

“¿Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” Le preguntaba en
cierta ocasión a Jesús un maestro de la ley, no precisamente con buena intención. Y
Jesús, a modo de ejemplo, por aquello de que a menudo vale más que muchas
teorizaciones, le relató la historia que conocemos como “el buen samaritano”.


Probablemente sea esta parábola de Jesús, junto a la del “hijo pródigo” las dos que
mejor definen cómo es el Dios cristiano y el proyecto que tiene, lo que espera de
nosotros como seres humanos. “Anda, y haz tú lo mismo” le dijo finalmente Jesús, y
aunque no lo dice el evangelista, me imagino a aquel señor quedándose con cara de
circunstancias (Lc 10, 25-37).


La paradoja del cristianismo es que, si la realidad del ser humano es que “somos seres
de necesidades”, al seguir el camino de Cristo nos damos cuenta de que en la donación
de nosotros mismos encontramos nuestra verdad más profunda. Y es entonces cuando
uno comprueba, experimentándolo en la propia vida “que las palabras de Jesús son la
verdad. Entonces huye el miedo y nace la libertad. Entonces la libertad no es sólo
quitar obstáculos, sino también liberar o desencadenar energías ocultas, que estaban
atadas.” (Patxi Loidi)


Pero hemos de reconocer que la fe nunca ha sido una posición cómoda. Abrir la puerta
a la fe es abrírsela también a fantasmas que estarán toda la vida al acecho. Miedos que
pueden llegar a controlar la vida porque lo que controla tu miedo (y quien lo hace),
controla tu libertad. Bien lo saben algunos, los “ultras” de todas las épocas que viven
alimentando el individualismo, el odio y el recelo hacia tu hermano.


San Ignacio de Loyola nos dejó una herramienta excelente pensando en quienes
habíamos pasado por sus “Ejercicios”, pero que también podemos empezar a practicar
si no los hemos hecho: es el “examen del día”, momento privilegiado no para “buscar
el pecado perdido”, ni para confrontarnos con “la imagen ideal de uno mismo”, sino
más bien para no caminar despistados, para hacernos conscientes del paso de Dios por
nuestra vida, para disfrutar como diría Francisco, de “la alegría del evangelio”: ¿qué se
ha escrito hoy en mi corazón?, ¿he visto a mi hermano?, ¿el día de hoy me ha
permitido ir más hacia la profundidad?, ¿soy consciente de lo que he hecho y por qué
lo he hecho?, ¿soy consciente de lo que hay en mi vida?, ¿mi camino me lleva a crecer
en compasión y misericordia?.


Y es entonces cuando se hacen realidad en ti las palabras del evangelio de San Juan:
“El viento sopla hacia donde quiere: oyes su rumor, pero no sabes de dónde viene ni a
donde va. Así sucede con el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,8). Efectivamente, no
sabes hacia donde te llevará ese Espíritu, pero presientes que será a buen puerto, a la
plenitud de tu vida, a llenarla de fecundidad y sentido.

Pedro Alonso

Equipo de misión espiritualidad CVX-E

1 Comentario

  1. Ricardo Pardo

    Completa perfectamente el Examen diario. Las preguntas me facilitan entrar en mi ser, en mi yo profundo. Muchas gracias por publicar.

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