“Me di cuenta de que era sencillamente imposible para un ser humano ser y permanecer bueno o puro. Si, por ejemplo, yo quería prestar atención y ayudar en una dirección, sólo era posible a costa de desatender otra.
Si ponía mi corazón en alguna cosa, dejaba a otra en la frialdad. No pasan ni un día ni una hora sin sentirme culpable de incompetencia o imperfección. Nunca hacemos lo suficiente, y lo que hacemos nunca lo hacemos bien del todo, excepto ser incapaces o incompetentes, para lo cual sí somos buenos, ya que así estamos hechos. Esto es cierto de mí y de todos los demás seres humanos. Cada día y cada hora conlleva su peso de culpa moral, con respecto a mi trabajo y a mis relaciones con otros. Yo me sorprendo constantemente a mí misma en mis debilidades y defectos humanos y, a pesar de que están naturalmente implícitos en mi imperfección humana, soy consciente de que aplico una especie de control.
Y esto quiere decir que mis puntos flacos y defectos humanos constituyen también mi culpabilidad humana. Suena raro que debamos sentirnos culpables cuando no podemos hacer nada al respecto. Pero, aun cuando no nos mueva un propósito concreto ni una intención deliberada, estamos convencidos de nuestros propios defectos, y de una culpabilidad general, una culpabilidad que aparece clarísimamente en las consecuencias de lo que hemos hecho o dejado de hacer”.
LIDIANDO con nuestra propia INCAPACIDAD
Es difícil dar la talla. En nuestros momentos lúcidos admitimos esto. Es raro el día en que no podamos repetir estas palabras de Anna Blaman:
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