Señor, sé que es difícil seguirte como Tú quieres.
Intento una y otra vez comenzar de nuevo
para que todo huela a fresco.
Ventilo cada día las paredes del corazón
para hacerle hueco a tu aliento.
Pero tropiezo con tu palabra,
cada vez que cierro los ojos esperando magias.
Y sé que no debe ser así, Padre.
Debo abrir mis ojos y extender mis manos.
Porque el milagro debo hacerlo yo.
Minuto a minuto. Gesto a gesto. Con mis manos.
Casi lo único que tengo. Mis pobres y torpes manos.
Estas manos que quieren parecerse a las tuyas
en el esfuerzo y en la pasión.
Dedos que se agarren con fuerza a cada uno de mis sueños.
Arañando hasta el límite de mi fe en Ti.
¡Manos desconsoladas tantas veces!.
Que no quieren ser tuyas a ratos, sino eternamente tuyas.
¡Y que me cuesta tanto!
¡Y que me cuesta tanto!
Son como aprendices de caricias
sobre las lepras de los labios de los hombres.
Dame fuerzas, Señor,
para que mis dedos amen a destajo,
para que mis uñas limpien la tristeza, en al almas rotas,
para que mis puños derriben cualquier conato de injusticia
y para que permanezcan extendidas
acogiendo entre sus palmas a los más necesitados.
Dame aliento, Señor,
para que estas manos puedan ser las tuyas
y nunca jamás vuelvan a tener miedo.
Que sean capaces de decir que sí a tu llamada peregrina y loca.
Agotadas de tanto echar al hombro tantos corazones partidos.
Agotadas de dar, voluntariamente, toda la ternura
que es capaz de crear nuestro pobre y humilde silencio.
0 comentarios