
Así es pero, a pesar de todo, Rahner sigue teniendo razón. Si alguna posibilidad nos queda de ver todavía a Dios del lado nuestro, al lado de tantas víctimas, esta posibilidad está vinculada a la Cueva de Belén y al Niño que nace en ella. Para encontrar a Dios en todas las cosas, y por lo tanto también en este convulso mundo nuestro que rodea la Navidad actual, hay que haberlo encontrado en lo más hondo de la pobreza y desamparo en los que él mismo quiso nacer. Más abajo y más afuera de la Cueva y de la Cruz no se puede ir. Al nacer así, Dios se ha hecho hermano y compañero de todos aquellos a quienes la vida se les convierte en una amenaza continua de inseguridad, de sinsentido y de miedo. Es decir, se ha hecho compañero y hermano de todas las víctimas, compañero y hermano también nuestro.
Por José Antonio García sj
Publicado en Sal Terrae y en Pastoral sj
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