MIRAMOS… y CONTEMPLAMOS un ROSTRO. Cómo ORAR en esta convulsa NAVIDAD

Es cierto. El mensaje de la Navidad aparece hoy como demasiado bello para ser verdad. Atrapados como estamos entre ese doble frente de la tragedia mundo, por una parte, y del cansancio, impotencia y desilusión de nuestra propio corazón, por otra, nos cuesta mucho creer que Dios tenga todavía alguna posibilidad con nosotros, alguna palabra transformadora que dirigirnos, algún consuelo que ofrecernos. ¿No es acaso de noche –“la noche no es de por sí santa”- dentro y fuera? ¿No nos cerca una densa herejía emocional que pone en entredicho cualquier pretendida palabra de Dios al mundo, cualquiera supuesta salvación, y más la que anuncia esta noche santa?

Así es pero, a pesar de todo, Rahner sigue teniendo razón. Si alguna posibilidad nos queda de ver todavía a Dios del lado nuestro, al lado de tantas víctimas, esta posibilidad está vinculada a la Cueva de Belén y al Niño que nace en ella. Para encontrar a Dios en todas las cosas, y por lo tanto también en este convulso mundo nuestro que rodea la Navidad actual, hay que haberlo encontrado en lo más hondo de la pobreza y desamparo en los que él mismo quiso nacer. Más abajo y más afuera de la Cueva y de la Cruz no se puede ir. Al nacer así, Dios se ha hecho hermano y compañero de todos aquellos a quienes la vida se les convierte en una amenaza continua de inseguridad, de sinsentido y de miedo. Es decir, se ha hecho compañero y hermano de todas las víctimas, compañero y hermano también nuestro.

Por José Antonio García sj

Publicado en Sal Terrae y en Pastoral sj

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