El jesuita Juanjo Aguado, antiguo alumno de Comillas y miembro del Servicio Jesuita al Refugiado (JRS) visitó la universidad para explicar su experiencia con desplazados al noreste de la República Democrática del Congo, en la región de Kivu del Norte, en una charla organizada por los servicios de Pastoral y para el Compromiso Solidario y la Cooperación al Desarrollo y las unidades de Actividades Culturales, Seminarios y Jornadas, y de Trabajo Social. Aguado ha estado trabajando los últimos meses como director de un proyecto de educación del JRS en la ciudad de Rutshuru.
Su objetivo, integrar a los niños desplazados en los colegios de la zona: “En las escuelas del Congo no sólo se aprende a sumar o hablar francés, también a convivir”, aseguró. “Son un terreno sagrado”. Lo primero que hacen los niños que consiguen llegar al colegio es descalzarse, mostrando su respeto y reverencia a la escuela y sus maestros. Allí, con clases de hasta 80 alumnos, “el espíritu de aprendizaje es mayor que el que pude encontrarme aquí en mis tiempos de profesor”, dijo Aguado. “Cualquier lugar resguardado del sol y la lluvia, es bueno para aprender”. Pese a que su propósito inicial era trabajar en materia educativa, las circunstancias de la guerra que vive el país le obligaron a ampliar su radio de acción y a entrar en la asistencia social.
El pasado verano, apenas unos días después de su llegada, se rompió la tregua vigente y los combates se recrudecieron. Precisamente, la zona de Rutshuru, donde desarrollaba su trabajo fue de las más afectadas. Mientras unos campos de refugiados se vaciaban al paso de los grupos armados, otros multiplicaban su número de habitantes o surgían de la nada en lugares públicos o zonas consideradas “seguras”.
Su objetivo, integrar a los niños desplazados en los colegios de la zona: “En las escuelas del Congo no sólo se aprende a sumar o hablar francés, también a convivir”, aseguró. “Son un terreno sagrado”. Lo primero que hacen los niños que consiguen llegar al colegio es descalzarse, mostrando su respeto y reverencia a la escuela y sus maestros. Allí, con clases de hasta 80 alumnos, “el espíritu de aprendizaje es mayor que el que pude encontrarme aquí en mis tiempos de profesor”, dijo Aguado. “Cualquier lugar resguardado del sol y la lluvia, es bueno para aprender”. Pese a que su propósito inicial era trabajar en materia educativa, las circunstancias de la guerra que vive el país le obligaron a ampliar su radio de acción y a entrar en la asistencia social.
El pasado verano, apenas unos días después de su llegada, se rompió la tregua vigente y los combates se recrudecieron. Precisamente, la zona de Rutshuru, donde desarrollaba su trabajo fue de las más afectadas. Mientras unos campos de refugiados se vaciaban al paso de los grupos armados, otros multiplicaban su número de habitantes o surgían de la nada en lugares públicos o zonas consideradas “seguras”.
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