Mociones de la ruta ALMERÍA- MELILLA- NADOR
Venimos expectantes, con cierto temor y dispuestos a escuchar. La comunidad de jesuitas de Almería nos acoge, nos sentimos en casa. Después visitamos la zona, un barrio donde muchos viven en la intemperie. Comienzan los contrastes.
Cada día tenemos tiempo de conocer, de tocar la realidad, de pisar tierra sagrada y de orar, de descalzarnos, no juzgar, contemplar, detenernos, como Jesús que se detenía ante los vulnerables con los que se encontraba. Pasaremos por distintos lugares de oración y celebración, sencillos, silenciosos, también calurosos, de encuentro, de profundidad.
Visitamos los asentamientos de migrantes (Atochares), la mayoría de Marruecos y Gana. Dios está ahí, en medio de la pobreza, la desolación, del atardecer, la esperanza, es una apuesta por la VIDA, es lugar de Revelación. Una vida donde la cruz está y no se puede esquivar, la vida de hombres y mujeres entregada a los que han dejado en sus países.


Visitamos Cepaim, nos cuentan la historia reciente de El Ejido y alrededores, personas que llegan, trabajan, logran tener un hogar, eran españoles que buscaban mejorar sus condiciones de vida y un futuro mejor para sus hijos e hijas. Hoy llegan de otros lugares con el mismo objetivo. Los invernaderos son su lugar de trabajo, trabajan y trabajan, buscan… como el ciego Bartimeo que grita e insiste y Jesús de nuevo se para y le escucha. Pero desde esta orilla nuestra se intenta que no se vean, que no se sepa lo que sucede, que la realidad sangrante quede escondida entre los plásticos, al margen.
El mar, vida y muerte, paz e inquietud, sueños y noches oscuras, llegadas y comienzos, riqueza y pobreza, frio y calor, división y unión, belleza y miedos, libertad y esclavitud, riesgo y esperanza. Mirar desde la otra orilla, mirar como Jesús miró y se compadeció de las gentes que tenían hambre y sed de libertad.
Es verano, el mar es sinónimo de playa, diversión, tranquilidad, belleza y aparece ese mar que, al mismo tiempo, como ya sabemos, es muerte, lo sabemos, aquí se nos repite. Y la mayoría de las veces una muerte supuesta, sin cuerpo, sin rito, sin despedida, y gentes buenas que piensan y hacen por acompañar, para que los familiares puedan saber que sucedió, para consolar y también, a veces, para anunciar que han llegado, que están vivos que lo van a intentar.


Y cruzamos al otro lado, agradecidos, cansados, perplejos, tranquilos… Tan cerca nuestra y tan lejos. Primero en ferry y después por tierra: fronteras, papeles, esperas… A nosotros nos esperan, sonrisas, saludos, coche, casa, cama, descanso. Melilla. Contemplamos la valla, aún con ropa de personas que quisieron cruzar el 24 de junio. Silencio, pocos comentarios y escuchamos a personas que acompañan, ayudan con clases, talleres, encuentros, defensa de sus derechos y también denuncia. Trabajan comunicados, en red. La fe les sostiene, les hace soportar las situaciones cotidianas de sufrimiento, estar disponibles, cambiar planes.
Me llama la atención la actitud de respeto hacia los/las migrantes, respeto a sus decisiones, a sus sueños, a sus silencios, poco paternalista y al mismo tiempo compasiva, atenta, valiente y confiada, sabiendo que son dueños/as de su vida, que es complicado comprender su situación, ponerse en su lugar.
En Nador, contemplamos el monte, a veces prefiero no creer lo que nos dicen, pero es tan cierto, personas que han llegado y miran desde arriba la frontera, que viven en una intemperie total: soledad, miedo, escasez de agua, alimento, y esperan y esperan.
Conocemos la Delegación Diocesana de Migraciones, una Iglesia abierta, mezcla de personas, procedencia, credos, edades, razas, situaciones, edades… diría que es Pentecostés, donde el objetivo de la dignidad y los Derechos Humanos unen a las personas, donde arde el corazón, donde recuperas la esperanza, a pesar de las cruces tan evidentes.


Y al final, una paz inquieta, un cansancio sereno, preguntas, contradicciones y ganas de compartir, de no olvidar, de fijar la mirada para retener lo vivido: los rostros, las miradas, las palabras, los gestos, los lugares y los paisajes, y ganas de seguir caminando con sencillez y paso firme.
Gracias a mis compañeros de viaje, Ana y Marco, a las personas que nos han acompañado, acogido y organizado estos días, a la CVX.
Pilar Ruiz (CVX en Córdoba)
Participante experiencia Tarik Emaús
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