Déjame reposar mi frente sobre la tuya.
Recibe, Señor, mis pensamientos orgullosos,
la vanidad y mis ganas de aparentar (¡qué manía!).
Mi cabeza dura -y qué dura- la traspasen tus mismas espinas.
Sujeta con ellas mi loca imaginación.
Serena mi mente, mis pensamientos…
Y así, tranquilamente, mire y contemple tu rostro sin distraerme.
– Ya has entornado los ojos.
Los míos ¡qué curiosos y altaneros! Tantas veces no saben verte.
Quiero mirarte sólo a ti, y olvidarme otros horizontes engañosos.
Tu última mirada ha sido para los hombres.
Tus ojos se cerraron mirándome,y me hablaste con la mirada.
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