REFLEXIONES sobre la NOCHE VIEJA

Cuando yo era niño, el Día de Año Nuevo era muy especial para nosotros. Nuestra familia siempre hizo una gran celebración, con un número de rituales incluido. Los rituales comenzaban ya con la Noche Vieja. Esa noche no salíamos, sino que nos quedábamos en casa y celebrábamos juntos como familia. Todo el mundo de pie hasta media noche y, justo antes de las doce, interrumpíamos cualquier otra actividad y mi padre dirigiría una breve oración. Esta oración nunca se alejaba de un tema básico: Mi padre daba gracias a Dios por el año que acababa de pasar, y, en palabras propias de su generación, “por las gracias que habíamos recibido”. Daba gracias a Dios por habernos protegido, y porque todos estábamos todavía vivos y juntos en la fe y en la familia. Después pediría, de forma muy sencilla, la bendición y protección de Dios para el próximo año. Finalmente, a las doce en punto, cuando el año viejo acababa y comenzaba el nuevo, cantaríamos juntos el himno “Dios Santo, Alabamos tu Nombre”. Después de esto, seguirían los saludos de “Feliz y Próspero Año Nuevo”, los abrazos, estrechones de manos, comida y bebidas…

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