“Podrá faltarme el aire,
el agua, el pan,
sé que me faltarán.
El aire, que no es de nadie.
El agua, que es del sediento.
El pan… Sé que me faltarán
La fe, jamás.
Cuanto menos aire, más.
Cuanto más sediento, más.
Ni más ni menos. Más.
Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los ojos.
Alcé la frente al cielo: lo miré
y me quedé, ¡por qué, oh Dios!, dudoso:
dudando quién sabe, si supiera
qué sé yo qué, de nada ya y de todo.
Desesperadamente, esa es la cosa.
Cada vez más sin causa y más absorto
qué sé yo en qué, oh Dios,
el agua, el pan,
sé que me faltarán.
El aire, que no es de nadie.
El agua, que es del sediento.
El pan… Sé que me faltarán
La fe, jamás.
Cuanto menos aire, más.
Cuanto más sediento, más.
Ni más ni menos. Más.
Desesperadamente busco y busco
un algo, qué sé yo qué, misterioso,
capaz de comprender esta agonía
que me hiela, no sé con qué, los ojos.
Alcé la frente al cielo: lo miré
y me quedé, ¡por qué, oh Dios!, dudoso:
dudando quién sabe, si supiera
qué sé yo qué, de nada ya y de todo.
Desesperadamente, esa es la cosa.
Cada vez más sin causa y más absorto
qué sé yo en qué, oh Dios,
buscandolo mismo, igual,
oh hombres, que vosotros”.
Blas de Otero
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