¿Tiene una niña de 13 años competencia para decidir? Por Francesc Torralba

El caso de Hannah Jones pone de nuevo sobre la mesa el debate en torno a la autonomía personal y el respeto que merece la misma en personas menores de edad. Se trata de una niña, enferma terminal, de 13 años, que persuade a los médicos del Birmingham Children´s Hospital para que no le practiquen un arriesgado trasplante de corazón que, en caso de éxito, podría salvarla de una muerte segura. Su madre, Kirsty, enfermera de intensivos, y su padre, Andrew, auditor, respetan su decisión. Como se lee en el diario Times,los médicos, después de haber dialogado con ella, consideran que es una persona seria y que parece comprender bien las consecuencias de su decisión.
En este caso, como en tantos otros de naturaleza clínica y asistencial, resulta muy arduo dirimir el grado real de competencia. Cuando se enumeran las condiciones para determinar el grado de competencia de una persona se evocan, generalmente, las ideas vertidas por Beauchamp y Childress en Principios de ética biomédica (1999). Una verdadera competencia exige una información adecuada, la correcta comprensión de la situación y la ausencia de coacciones externas e internas. En sentido puro, nunca jamás se dan tales condiciones, pues siempre puede haber un sesgo informativo, un defecto de comprensión o alguna coacción. Es una cuestión gradual.
Yo me pregunto si en tal decisión sólo debe tenerse en cuenta el criterio de la niña. No niego su capacidad para captar, en parte, el problema y anticipar las consecuencias de su decisión, pero no considero que tal decisión deba recaer exclusivamente en ella. La deliberación exige el diálogo con distintos interlocutores y, sobre todo, serenidad.
No creo que se deba culpabilizar a nadie en este caso. Algunos convertirán a los padres de Hannah en héroes de la libertad. Otros los condenarán por no luchar por su vida. No es esta la cuestión. El tema realmente difícil es calibrar el grado de autonomía que tiene esta niña. El derecho a morir en casa tiene que ser reconocido. El derecho a no someterse a un encarnizamiento terapéutico, también. Pero la cuestión aquí es si esta niña, de 13 años, tiene capacidad para tomar tales decisiones.
Cuando no existe claridad respecto a la competencia ética, pero la vida está en juego, soy partidario de practicar la virtud de prudencia, reseñada ya por Hipócrates y, después, teorizada por Aristóteles.

Publicado hoy en La Vanguardia

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