Los inmigrantes, en el centro del debate electoral


La Iglesia levanta la voz ante su posible instrumentalización política

MIGUEL ÁNGEL MALAVIA | La situación de los inmigrantes en Europa y, en concreto, en España, es cada vez más difícil en un contexto de crisis generalizada. En el entorno europeo, la reunión entre el presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy, y el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, el pasado 26 de abril en Roma, se concretó con la solicitud a la Unión Europea (UE) de la modificación del Tratado de Schengen, relativo a la libre circulación de personas. Su petición va en el sentido de “reforzar” y “proteger” las fronteras comunitarias ante la masiva inmigración llegada de países como Túnez y Libia, a raíz de los conflictos internos producidos en numerosas naciones árabes en las que sus ciudadanos piden reformas y democracia.

Este posible endurecimiento en las condiciones migratorias coincide, en nuestro país, con una mayor polarización del discurso político respecto a la cuestión inmigratoria. A unas semanas de las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo, algunos partidos creen encontrar un posible granero de votos difundiendo el miedo al extranjero. ¿En qué puede acabar todo esto?

José Luis Segovia, docente del Instituto Superior de Pastoral de Madrid, y persona muy comprometida en distintas iniciativas de defensa de los derechos de los inmigrantes, considera que, “si a las restricciones que se van imponiendo desde las leyes de Extranjería nacionales se sumasen ahora nuevas barreras internas, la libre circulación de personas y valores como la acogida y la solidaridad quedarían lamentablemente para el baúl de los recuerdos”. Para el sacerdote, “lo preocupante es cómo Europa se va concibiendo como una fortaleza cerrada sobre sí misma, cada vez más envejecida, escéptica y aburrida”.

Esta visión es compartida por Jorge Nuño Mayer, secretario general de Cáritas Europa, quien avisa: “La libertad de movimiento es una de las cuatro libertades fundamentales de la UE, y 400 millones de personas se benefician de ella. La propuesta es una amenaza a una libertad fundamental, totalmente desproporcionada a la situación que busca resolver”. A su juicio, “muestra una tendencia preocupante: ¿volvemos a un nacionalismo de principios del siglo XX? Europa no puede volver hacia atrás. Nacionalismos y proteccionismos no son compatibles con la construcción de una Europa más fraterna y solidaria”.

¿Y en España? ¿Pueden endurecerse las condiciones en las fronteras? Por el momento, parece que no. El vicepresidente primero del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, aseguró el día 27 que no debe modificarse el Tratado de Schengen y que, puntualmente, lo que ocurre es “un problema con Túnez y Libia”. Sin embargo, en la antesala de la convocatoria electoral, el discurso xenófobo empieza a escucharse en cada vez más territorios. Un claro ejemplo se ha dado en Cataluña, donde, con los votos de CiU y PP, el Parlament rechazó el 26 de abril una enmienda que buscaba que todos los partidos políticos suscribieran un “acuerdo sobre el tratamiento responsable de la inmigración” en el debate electoral.

Ciriaco Benavente, obispo de Albacete y nuevo responsable de la Comisión Episcopal de Migraciones, manifiesta a Vida Nueva que “sería muy triste que se utilizara este recurso para ganar votos. ¿No sería más acertado presentar a los inmigrantes, por poner solo un ejemplo, como los que están supliendo lo que no alcanza a hacer realidad la llamada Ley de Dependencia? Siempre que salgo a la calle me encuentro con inmigrantes empujando carritos con ancianos o llevándoles de la mano”.

La Iglesia levanta la voz ante esta situación. Un claro ejemplo lo ofrece el Servicio Jesuita a Migrantes, que acaba de presentar el informe ‘Superar Fronteras’. En él, se hace un llamamiento para que “no se instrumentalice la inmigración en el debate entre partidos y no se convierta a los inmigrantes en el chivo expiatorio de la crisis económica”. José Luis Segovia es muy claro al denunciar que los representantes políticos “no tienen empacho en vertebrar discursos emotivistas cargados de alarma social en torno a temas calientes, como la inseguridad y la inmigración, destacando siempre peligros difusos que provienen de los ‘otros’. Lamentablemente, la falta de vigor de las virtudes públicas y la baja intensidad de la democracia hacen posible estas formas de populismo punitivo y exclusógeno que nos alejan de lo mejor de nosotros mismos”.

Nuño Mayer también ve “posible” que la politización se produzca: “Lamentablemente, hay políticos que aprovechan temas de cierto calado emocional para sacar rédito político inmediato, aunque sea con medias verdades y falsedades. Recordemos que los inmigrantes son hijos de Dios y hermanos nuestros; recordemos que nuestros padres –mi padre, entre tantos otros– emigraron a otros países para labrarse un futuro; recordemos que han generado una riqueza y un crecimiento económico en España los últimos 10 años anteriores a la crisis, del que todos nos hemos beneficiado. Y recordemos que los inmigrantes no son una fuerza laboral de usar y tirar, sino que son personas y familias, y, como tales, deben ser respetados y tratados”.

Criterios religiosos

Según se reclama en ciertos ámbitos políticos, la religión o la cultura deberían influir a la hora de regular la inmigración, proponiendo que se habría de beneficiar la proveniente de América Latina (mayoritariamente cristiana) frente a la africana (en gran parte musulmana). Para el obispo de Albacete, esto no debería de ser así en ningún caso: “Para la Doctrina Social de la Iglesia, el criterio fundamental es el de la persona y su dignidad. Eso es lo que iguala a todos los hombres, más allá de las legítimas diferencias religiosas o culturales. Evidentemente, parece que es más fácil la integración cuando se comparten más realidades, sobre todo si se trata de realidades tan importantes como la lengua, la cultura o la religión. Pero eso no debe excluir de antemano a cualquiera que tenga necesidad”.

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