Provocaciones ante el imperialismo individualista amoroso
Por Javier de la Torre. Director Departamento de Teología Moral y Praxis de la Vida Cristiana. Director de la Revista Iberoamericana de Bioética. Facultad de Teología de la Universidad Pontificia de Comillas.
Advertencia. No lea este artículo. Puede ser peligroso para su salud mental y los esquemas que tiene ahora. Consulte a su médico y su terapeuta previamente.
Si hay algo claro en nuestro siglo XXI es que alienación, más allá de los análisis de Marx, va más allá del trabajo. La mercantilización de todo, la vivencia de todo como objeto de mercancía y consumible, es una característica de nuestro mercado global. ¡Qué pocas áreas hay fuera del mercado!¡Qué pocos espacios verdes libres de intercambio monetario! A casi todo hemos puesto una etiqueta con su precio y hemos olvidado su valor. Desde el cuerpo de otra persona a un gobierno, desde lo más íntimo a lo más público.
Nuestras sociedades del bienestar han extendido la alienación y la precarización a la familia, la escuela, los hospitales, la Iglesia y también a nuestras emociones y al sexo. La alienación ya no está sólo en la fábrica, en los telares, en las múltiples horas trabajadas con salarios ínfimos, en la apropiación injusta por parte de algunos (no todos) empresarios de tanto sudor, tiempo y vida. Ya no está solo en cajeras, kellys, ubers, riders. Ha invadido no sólo todo el mundo, sino también nuestra intimidad. No sólo se ha expandido en lo macro sino en lo micro. La globalización económica ha llegado a nuestro interior y nuestros modos de sentir. Este nuevo orden capitalista nos está cambiando por dentro, está afectando a lo que deseamos, queremos, lo que nos atrae y apasiona.
Hoy vivimos en sociedades emocionales. Las emociones son las que nos hacen sentir vivos. Ya decía Virginia Wolf: “A la gente le gusta sentir, sea lo que sea”. Muchos jóvenes y adultos viven “hambrientos de emociones”, persiguiendo experiencias nuevas, situaciones límites. La imaginación, la publicidad y el marketing siempre nos ofrecen nuevos paraísos que visitar y transitar. Otros, viven encerrados en sus miedos emocionales por temor a sentir o rotos por haber sentido tanto. Viven “anestesiados emocionalmente”. Unos viven en una soledad errante y un aislamiento emocional mientras otros vagan buscando el goce instantáneo y la fusión emocional. Vivimos entre autistas separados y roces intensos, pero de corta duración.
Este nuevo orden emocional de las sociedades del bienestar está deteriorando los vínculos de nuestras sociedades y de nuestra vida. La búsqueda hedonista del placer lleva a consumir personas, sentimientos, pasiones, experiencias, relaciones, convirtiendo todo en prestaciones efímeras. Se está produciendo una profunda desvinculación y “desocialización”. Cambios de trabajo, de pareja, de ciudad, de vivienda terminan por hacernos ciudadanos del mundo y de ninguna parte, seres solitarios anclados en el aire. Como dice José Antonio Marina, una característica actual es “la desvinculación de la sexualidad”. Nos estamos convirtiendo todos en átomos, en mónadas aisladas. La sexualidad parece que ya no construye vínculo, alianza, compromiso, pareja. Se queda en el “tener” sexo, el disfrute individual o la satisfacción del deseo. Es el sexo de la cita rápida, del porno, del fin de semana, del ocio, de la conquista, del usar y tirar, propio de individuos nómadas, sin hogar, desenraizados, de las sociedades urbanitas de “mente abierta”. Se vive en el presente, en lo puntual, en lo instantáneo. Life is now. Se busca encontrar lo eterno en lo inmanente, en la carne. Si hay feeling, química, atracción, deseo, excitación ¿por qué no hacer el amor contigo? Fuera del instante parece que no hay nada, no hay proyectos, no hay pasado ni futuro. No hay otra utopía que el topos de los cuerpos, que la gravitación y frotación de los cuerpos para la maximización del placer y el bienestar. “Debes gozar” como decía Sade.
Esta mentalidad rompe cualquier vínculo. El mejor estado es la soltería que permite tener pequeñas historias de corta duración y con fecha de caducidad cercana. Nada dura, nada permanece. Ya sabemos por experiencia propia, de los padres, de los amigos o de los cercanos que los vínculos no duran. Todo acaba en fracaso o divorcio. Mejor “Going Solo” (Volando solo). Mejor solo y soltero y con compañías fugaces. Los compromisos afectivos no merecen la pena. Son una mala inversión. La dimensión relacional de la sexualidad está profundamente alienada, difuminada. Se reduce todo a cálculo y utilidad. Do ut des (“doy para que des”). Todo es intercambio de emociones, sentimientos, fluidos, rozamientos, juguetes, experiencias, pantallas llenas de brillo. La sexualidad es un juego, un pasatiempo, un medio de placer, un negocio. Cada vez el sexo se reduce más a rendimiento, a cantidad, a cifras, a objetivos y estrategias, a consumo. La sexualidad se mecaniza, se vuelve repetición, eterno retorno, crematística que no recrea, no transforma, no transfigura, no dona, ni entrega. La sexualidad neoliberal así se introduce en la vida separando, escindiendo, desvinculando. Simplemente roza, frota, goza, estimula, excita, acerca, atrae, pero no reposa, asienta, vincula, eleva.
Empobrecidos y desvinculados somos más fácilmente víctimas de la rapacidad del mercado, del consumismo desregulado, de la sexualidad fluida del nómada que todo lo desea, de la sensibilidad pansexual y polimorfa. Convertidos y transformados en pájaros solitarios, caemos más fácilmente en las redes del mercado y del consumo que todo nos lo ofrece. Nada tan dramático y frecuente como unos menores abandonados por sus padres a las pantallas, para ir cada vez siendo atrapados por este mundo imaginario e hipersexualizado donde todo gira en torno al sexo. Nada tan triste como esa esclavitud del goce, ese shopping sentimental, ese retorcer los goces individuales hasta ahogarlos en un obsesiva y empobrecedora búsqueda de objetos, juguetes y experiencias de quien no encuentra más valor que en el propio cuerpo y placer.
Desvinculación y mercado del cuerpo y del sexo están estrechamente unidos y por eso nuestra sociedad no para de ofrecer productos en esta dirección: gimnasios, lifting, implantes, dietas, cremas, cirugías. La insatisfacción corporal y el deseo de ser atractivos son lo mejor para el mercado neocapitalista. Todo puede ser cambiado y transformado. Desde el color del pelo al pecho y la cara, desde el humor a la identidad de género. El mercado así nos ofrece miles posibilidades de elegirnos sin límites en un peligroso bricolaje existencial y emocional.
Este neoliberalismo del placer estrecha su mano con el libre deseo (free desire), con el neolibertinaje del mundo de los medios y sus series, realities, videoclips, programación basura, etc. donde no parece haber límite. La mayoría de las cadenas sucumben a la religión del mercado y a sus demandas de bienestar, espectáculo y excitación, sensacionalismo y drama. La imaginación de los medios puebla nuestras almas y susurra que otras vidas son posibles. Todo es romper tabús, liberarnos de la represión, probar nuevas cosas, avanzar en el paraíso del bienestar, dejar a un lado la pesadez de la realidad laboral y de la pareja. Hay que evadirse, hay que divertirse, hay que enajenarse, soñar otros paraísos.
Este capitalismo del placer está vinculado a un cierto desenfreno hedonista. No caben límites al mercado del placer sexual. Es un libre mercado absoluto, un libre intercambio. Es intolerable poner límites. Business is business. Cualquier límite a este deseo sexual es castrante. La felicidad está en la satisfacción del deseo. La vida está para pasarlo bien. Enjoy, pásalo bien, son las frases de profundidad que nos mandamos. Por este motivo lo que más caracteriza este nuevo orden político es la estructuración de una sociedad que organiza las pasiones e intereses para proporcionar al mayor número una mutua satisfacción y beneficio. Las transacciones, acuerdos, pactos son valiosos en la medida que conducen a la satisfacción del deseo. Así todos contentos. Más vale ser “cerdos satisfechos, que hombres insatisfechos” (al revés del dicho de John Stuart Mill). Lo importante es la satisfacción. No hay que mejorar ni elevar el deseo…sólo satisfacerlo. No sólo eso, sino que, si lo deseo, lo quiero con intensidad, tengo derecho a ello (al hijo, al género, a la eutanasia) y el Estado me lo tiene que proporcionar. El negocio y el mercado se expande y la sexualidad de los niños se invade con modelos adultos y la sexualidad de los adultos se invade con modelos juveniles. Así todos contentos, todos consumidores. Nadie está fuera del mercado de las emociones y del sexo. Todos seductores, todos seducidos. Todos inmersos en la cultura del striptease, de la liberalización del deseo (McNair) y, a la vez, de la autonomía de la cultura del consentimiento.
Esto tiene una dimensión socio-política contracultural pues hoy vivimos fragmentados. En esta sociedad del disfrute, parecen imposibles los acuerdos básicos no sólo sobre ciertos temas sino sobre las reglas de la justicia y la bondad. Vivimos en continuos e interminables debates. Tanto el socialismo, como el comunismo, como el liberalismo funcionan hoy fragmentando a los individuos. No creen posible lo común ni la comunidad: vivimos como islas, desconocidos. Hay vida pública, pero no vida en común. Todo son liberalismos individualistas, sean liberalismos socialistas, liberales comunistas, neoliberales, ultraliberales o liberales conservadores. Hoy casi todos son liberales. No hay política de lo común, de la posibilidad de la comunidad comunidad (de pareja, familiar, local, institucional). Es imposible en ese orden amoroso neocapitalista articular algo común entre todos pues su esencia es dividir, separar. De ahí la esencia frentista y competitiva que reina en lo político. Ningún liberal socialista, comunista, conservador o neoliberal cree posible que podemos en estas sociedades democráticas ponernos de acuerdo tras un diálogo y una deliberación común. O apatía o frentismo. Predomina la dialéctica y la desesperanza en España, USA y toda Latinoamérica. Vivimos entre extremos en los que ninguno cree en la posibilidad de algo común. Ya no nos creemos la retórica de la neutralidad de los gobiernos y mercados, compuestos por élites minoritarias. Cada individuo viaja con su propia jerarquía de preferencias, con sus cambios de preferencias. No hay principios, no hay valores últimos, sino deseos y satisfacción de deseos. Las palabras están vacías y lo que predomina es la retórica del diálogo.
Este orden político es lo opuesto al amor que une, vincula, compromete, integra, se encuentra y dialoga. Es lo opuesto a la familia, lugar del amor y el compromiso, tierra donde se aprende a vivir más allá del placer de los cuerpos y que es capaz de enormes sacrificios (¡qué horror para tantos hoy en esta sociedad hedonista!). Este orden es lo opuesto al amor que no se compra, que no usa, no manipula, no se impone, no manda. El cristianismo, vivido hondamente, aparece así como una herejía emocional de este nuevo orden amoroso neocapitalista. Es religación, alianza, fidelidad. El cristianismo no se opone al sexo, sino que lo inunda siempre de amor, afecto, vínculo, alianza, compromiso.
En este mundo sin hogar (Berger), la política cristiana de la fraternidad es una política de comunidades, del bien común compartido, de proyectos de vida social en esta sociedad de soledades y de muchedumbres solitarias. La política del amor cristiano llama al encuentro, la unión, la participación ante tanta ruptura de cohesión social y familiar, llama a buscar identidades comunes más allá de derechos individuales, localismos y nacionalismos. La política del amor tiende a unir y acercar gobernantes y gobernados, ayuda a tocar las necesidades de la población, sin paternalismos ni manipulaciones. La política del amor lleva a dialogar y deliberar (no es sólo cuestión de expertos y consensos), a dar tiempo al encuentro, a reconocer las diferencias…como en la pareja y la familia.
La política neoliberal, por el contrario, delega cada cuatro años el poder en unos políticos cada vez más distanciados de las necesidades de la población, en unos partidos oligárquicos y unos políticos profesionales, en unos partidos que dicen que representan la sociedad plural cuando no son otra cosa que grupos minoritarios de poder. La política neoliberal cree que no es posible una política del bien común (neutral). Los otros no son un peligro. Pero lo cierto es que nuestra identidad deriva en parte de la comunidad política, de vivir con otros (convivir), de deliberar con otros. No sólo se trata de ser más prósperos y crecer económicamente sino de vertebrar y pertenecer a comunidades. La política es convivencia, participación y deliberación de un modo de ser y vivir, de un ethos compartido. Como la familia, no se trata de vivir cada uno en su cuarto, cohabitar en un territorio, sino de vínculos.
El neoliberalismo individualista de izquierdas y derechas es disolvente pues nos divide en la sexualidad y en la política. Defiende que no existe un conjunto de valores esenciales o comunes que deba ser salvaguardado en la pareja o en la polis. En esta sociedad liberal, el valor supremo es la autonomía personal, es decir, el derecho de uno mismo a elegir su estilo de vida propio. Por eso aceptar órdenes de otros es una devastadora y odiosa forma de tiranía. No podemos vivir en común. No olvidemos esa gran verdad que dijo Susana Tamaro: “Detrás de la máscara de la libertad se esconde frecuentemente la dejadez, el deseo de no implicarse” …en lo político y en lo sexual. La política neoliberal actual de izquierdas y derechas es como la del orden amoroso neocapitalista: distancia o relación esporádica para un momento. No hay compromiso, no hay voluntad de construir lo común. Sólo pasión e intimidad unas noches, luego la soledad. Para el cristiano es posible lo común, la alianza y el vínculo en un hogar y en una comunidad política.
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La verdad es que no puedo estar más de acuerdo. La cuestión que planteo es si es necesario pertenecer a una comunidad cristiana para poder vivir en cristiano hoy. En los tiempos de San Isidro Labrador ya surgió este conflicto y se resolvió de manera exitosa en el ámbito de la familia. Existe bastante confusión entre lo que es una asociación en el ámbito laico y una asociación PÚBLICA de fieles. El fin de una asociación suele ser satisfacer necesidades que no cubre el estado. Una asociación cristiana es también comunidad. Doy gracias a Dios por pertenecer a CVX-CLC. Vulgis asociati