El desperdicio de alimentos

Por Jaime Tatay Nieto y José Carlos Romero Mora

(artículo basado en el cuaderno de Cristianisme i Justicia “El desperdicio de alimentos”)

Los alimentos que comemos empiezan por ser arrancados, recogidos o matados. Luego se les quita la piel, se pelan o se preparan. Incluso pueden ser procesados, tratados, enlatados, envasados al vacío o congelados en seco, etc. En el camino hacia nuestra mesa pueden ponerse rancios o demasiado maduros, o pueden convertirse en no aptos para el consumo y ser desechados. Lo que queda se transporta a la tienda donde el consumidor lo compra y lo lleva a su casa. Antes de que se consuman, puede que haya más productos rancios o demasiado maduros o mohosos. Puede que haya más despojo o preparación. Al final, vemos la comida en la mesa y comemos. Con los platos y las ollas puede que todavía parcialmente llenas, lo recogeremos todo. O no.

El reciente interés académico y político por el DA

En los últimos años del siglo XX nadie hablaba de los residuos, pero la cantidad de desperdicios, como icebergs malolientes, ocupaban cada vez más espacio. Era imposible ignorarlos y finalmente, en 1999, la Directiva de Vertederos de la Unión Europea fijó el objetivo de reducir los residuos biodegradables, entre los que se encuentran los alimentos, en un 35% en un plazo de 21 años, es decir, en 2020. En aquel momento, nadie había medido realmente la cantidad de ese material que se producía, lo que significaba que nadie habría podido decir cómo sería esa reducción del 35%. Medir la cantidad de residuos es difícil. Intenta medir la tuya.

La Comisión Europea calcula que en la Unión Europea se desperdician 80 millones de toneladas de alimentos al año (179 kg/persona; 3,5 kg/semana). Para hacernos una idea del volumen que supone, si el melón medio pesa 2 kg, cada uno de nosotros desperdicia una media de un melón y tres cuartos cada siete días, un cuarto cada día. Por su parte, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) señala que un tercio de todos los alimentos se desperdicia desde el momento en que son sacrificados o cosechados. En Europa y Norteamérica el desperdicio de alimentos por persona y año oscila entre 95-115 kg y en el África subsahariana y el sudeste asiático entre 6-11 kg.  

El origen del desperdicio de alimentos

El desperdicio de alimentos se debe, en parte, a los procesos industriales por los que los alimentos llegan finalmente a nuestras bolsas de la compra. La otra parte se debe a lo que cortamos antes y tiramos después de comer. En los países en desarrollo, la mayor pérdida se produce en la parte de producción primaria y almacenamiento, mientras que en los países desarrollados se produce en la fase de consumo final. Además, hay que tener en cuenta que gran parte de los alimentos que se consumen en los países desarrollados se han producido en los países en desarrollo. Esto significa que puede haber mucho desperdicio en ambos extremos.

En el ciclo de producción las pérdidas se deben principalmente a que las tecnologías de recolección y pos-recolección son a menudo insuficientes u obsoletas; las instalaciones no son adecuadas para el almacenamiento, el transporte, la transformación y la refrigeración de los alimentos. La situación no se ve favorecida por el hecho de que los precios que se pagan a los agricultores en ocasiones son tan bajos que no tienen para invertir en tecnología (el 78 % del desperdicio de alimentos tiene lugar antes de que pongamos los ojos en el supermercado). Quienes nos los venden dirán que han sido seleccionados pensando en los gustos del consumidor. No señalan que esos gustos pueden ser manipulados ni que los consumidores tenemos responsabilidades. No prestamos atención a los efectos de nuestras apetencias. El hecho de que no nos guste algo no significa que no sea un alimento. Además, en demasiadas ocasiones ocurre que aquello cocinado que ha sobrado se tira a la basura.

Desperdicio de alimentos y energía, CO2 y acción climática

La huella de carbono de todos estos residuos alimentarios es enorme. Merece la pena tener en mente las dos siguientes cifras: 1) la actividad humana emite cada año 51.000 millones de toneladas de gases de efecto invernadero; 2) según la FAO, los residuos de alimentos representan 4.400 millones de toneladas. Esto significa que menos del 10 % de las emisiones de carbono se debe a los residuos alimentarios, por lo que se podría decir que el problema no es tan grave. Pero la realidad es que, si el desperdicio de alimentos fuera un país, sería el tercer mayor emisor de CO2 del planeta —después de China y Estados Unidos—.

Además, hay distintos tipos de residuos alimentarios que emiten diferentes tipos de gases de efecto invernadero. La carne, por ejemplo, solo representa el 4% de los residuos alimentarios en volumen/peso, pero significa el 21% de la huella de carbono.

En otro orden de cosas, la huella hídrica del despilfarro de alimentos es, según la FAO, de unos 250 km3/año. Si el despilfarro de alimentos fuera un país, el despilfarro de alimentos tendría la mayor huella hídrica de todos.

El desperdicio de alimentos desde la óptica religiosa

Proponemos mirar la comida (y sus residuos) a través de cinco lentes teológicas.

El alimento como regalo del cielo: la creación transformada

Desde el punto de vista teológico, el alimento no es sólo un recurso natural. Es algo más que calorías. Es el sustento de la vida y, como tal, un signo del Creador. En la Biblia hebrea, la metáfora del maná —literalmente ‘pan del cielo’— expresa bien el origen de nuestro alimento. Los creyentes dan las gracias antes de comer y piden constantemente alimento: «Danos hoy nuestro pan de cada día» (Mateo 6,11). Dar las gracias antes de comer nos ayuda a reconocer nuestra dependencia física, corporal y espiritual con el mundo creado, los hermanos y Dios.

La comida como símbolo y sacramento

Ofrecer y compartir alimentos tiene un profundo significado cultural y sacramental en la mayoría de las religiones. Para los cristianos, la Eucaristía es a la vez un banquete y un memorial en el que Jesús se ofrece como un cordero sacrificado, pero en forma de comida.

La injusticia y el pecado de desperdiciar los alimentos

Para casi todas las religiones, la lucha contra el hambre es prioritaria. La fe cristiana advierte que seremos juzgados si no alimentamos a los hambrientos y a los pobres (Mt 25). Francisco describe la «cultura del descarte» (LS 16,20-22) como injusta y pecaminosa. «Cada vez que se tira comida es como si se robara de la mesa de los pobres» (LS 50). La injusticia social, la degradación del medio ambiente y el uso irresponsable de los recursos están profundamente interconectados.

Acumular alimentos o comer con moderación

Las prácticas ascéticas por motivos religiosos se tachan fácilmente de duras y opresivas, pero a menudo van acompañadas de un sentido de comunidad y conexión con la tierra. Afectan a muchas áreas de nuestra vida (ropa, vivienda, viajes, relaciones personales), pero la comida es fundamental en el ascetismo porque es una necesidad básica diaria y un área de nuestra vida en la que fácilmente perdemos el control. San Ignacio desarrolló en sus Ejercicios Espirituales una serie de pautas relacionadas con la comida: «Las reglas para ordenarse en el comer» (EE 210-217).

Comer juntos como construcción de la comunidad

El simbolismo de la comida y del comer está arraigado en la tradición judeocristiana. A través de la comida, la comunidad llega a comprenderse a sí misma. «Cada día […] partían el pan en casa y comían con alegría y generosidad de corazón, alabando a Dios y teniendo la buena voluntad de todo el mundo» (Hch 2,44-47a). En los evangelios, algunas de las parábolas más conocidas describen un banquete, en el que el anfitrión invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos (Lc 14,13; Mt 22,1-13). Jesús nos enseña a alimentar a los que no podrán pagar (Lc 14,12-14). Su comunidad era infame y criticada por comer «con los recaudadores y pecadores» (Mt 9,11; Mc 2,16; Lc 5,29; 15,12) y con los fariseos (Lc 7,36; 14,11). El propio Jesús es acusado de ser «comilón y borracho» (Mt 11,19).

¿Qué alternativas tenemos?

Para reducir los desperdicios alimentarios podemos seguir dos caminos: el de la técnica, centrada en la fase de producción y el del consumo, basado en nuestra visión de la comida.

Nuevos modelos económicos: de la economía lineal a la circular

Los desperdicios alimentarios pueden recogerse y recuperarse para reutilizarse como subproductos alimentarios cuyos nutrientes pueden ser reciclados. Una gestión más eficaz de los residuos alimentarios es fundamental para aumentar los niveles de rentabilidad de los eslabones de la cadena alimentaria y garantizar que cada etapa de esta pueda resultar rentable. Esto es lo que persigue la economía circular, que depende, en gran medida, de la voluntad de las personas de pensar en términos de material en lugar de residuos. Esta economía emergente podría resultar muy rentable para todos nosotros.

Consumo sostenible

Pasa, por una parte, por la prevención y la minimización de los residuos (este es el foco prioritario de las estrategias y la Directiva de gestión de residuos de la Comisión Europea), es decir, por cambiar nuestra forma de consumir y, por otra parte, por la reducción del consumo desmesurado que tenemos hoy en día, por reducir la cantidad de todo lo que consumimos.

En cualquier caso, hay que tener en cuenta que un énfasis excesivo en la responsabilidad personal es engañoso para combatir los problemas sustanciales que el desperdicio global de alimentos crea y exacerba. Aunque los cambios generalizados en los hábitos individuales relacionados con el desperdicio de alimentos tienen beneficios, estos son, en el mejor de los casos, modestos.

Al abordar este reto debería darse prioridad al compromiso cívico y al activismo político orientado a la reforma institucional que integra la preocupación por el desperdicio de alimentos en una lucha más amplia por políticas respetuosas con el medio ambiente.

Podemos decir que cada vida humana está íntimamente conectada con el resto de la naturaleza. Podemos decir que cada alimento que comemos es un resultado de esa conexión, que el viaje desde la tierra hasta que entra en nuestra boca como alimento es una pequeña parte de la historia de la humanidad. Quizá lo que subyace a la actitud de cuidado y responsabilidad sea esa conectividad.

Imagen de portada de Pixabay.

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2 Comentarios

  1. Deo

    Reflexión para pensar, compartir y comprometerse, de cada uno dependen muchos, no muy lejos de nuestro entorno.

    • Toni

      Muy necesaria la concienciación sobre el desperdicio de alimentos. Una vergüenza que debe ser denunciada y a todos nos interpela para cambios reales en nuestros estilos consumistas de vida.

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