“La universidad, un espacio para la formación integral en valores éticos”

Por Enrique de Álava. CVX en Sevilla

Soy médico y profesor universitario. Esta primavera mi hija está acabando segundo de bachillerato y se está preparando para entrar en la universidad. Como podéis imaginaros, la universidad ha sido tema de debate en casa este último invierno. Ello me motivó a reflexionar sobre el tema que ha dado lugar a este artículo y que me ha suscitado tres preguntas: ¿qué queremos ser?, ¿qué queremos lograr? y ¿cómo lo queremos lograr? Notaréis que las he redactado (con toda la intención) en plural, porque creo que nos afectan a todos: profesores, alumnos y personal de administración y servicios (PAS). Alfonso X el Sabio, en el libro de las Siete Partidas escrito ya en 1256, decía que una universidad es el “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes”. Es decir, es cosa de todos.

Un apunte antes de empezar: mi universidad es una universidad pública, no confesional y (pre)ocupada por la formación integral del alumnado. De hecho, este artículo es una transcripción de una charla que di, con este mismo título, en las I Jornadas de Humanización de la Docencia de la Universidad de Sevilla.

¿Qué queremos ser?

Vivimos en una universidad más centrada en la instrucción que en la formación integral de las personas y en la que falta interés cultural y no solamente en el alumnado. Hay muchos profesores, pero pocos maestros, es decir, pocas personas que dejen huella, personas de las que los estudiantes se acuerdan años después de haber salido de la universidad. Esto se debe, en parte, al exceso de especialización que sufre el conocimiento y su aprendizaje y también, en buena parte, a la gran masificación y complejidad administrativa que impide una relación fructífera entre estudiantado y profesorado. Desconocemos, por otra parte, qué impacto ha tenido la pandemia de COVID-19 en la formación académica y el crecimiento interpersonal del estudiantado y el profesorado universitarios, más allá de acelerar la transformación digital de la universidad y un aumento en los niveles de ansiedad y depresión.

Me pregunto, ¿queremos simplemente formar buenos profesionales o realmente queremos formar buenos profesionales con valores? Esta pregunta viene de lejos. Son problemas ya reflejados en publicaciones de hace más de 30 años. Creo que siguen siendo actuales las palabras de Derek Bok,  rector de Harvard, que hace ya 30 años constataba que los valores en alza eran el bienestar económico, el prestigio personal y el dominio sobre los demás, mientras que otros habían caído en picado, como, por ejemplo, el de encontrar una filosofía que dé sentido a la propia vida. A mí me interpeló una entrevista publicada más recientemente, en la que dos filósofos, Emilio Lledó y Nuccio Ordine denuncian, deplorando el utilitarismo de la enseñanza, que las universidades educan para crear empleo y no para formar ciudadanos cultos y libres.

Cuando echamos un vistazo a los valores que nosotros, como universidades, pregonamos en nuestros portales web, aparecen valores como la conducta honesta, la excelencia, la tolerancia, la innovación, el liderazgo, el trabajo en equipo, la participación en la universidad, el servicio público, el respeto al medio ambiente y la transformación de la sociedad, la pluralidad o la igualdad de oportunidades. Sin embargo, si uno confronta estos valores con la realidad actual de la universidad, ve que el contraste es muy profundo y ello nos tiene que motivar para querer profundizar en la implantación de la formación integral en la universidad.

Esto nos lleva a intentar responder a la segunda pregunta: ¿qué queremos lograr? Antes de responderla, hay que tener claras dos cosas: En primer lugar, la respuesta a esta pregunta depende de la visión que se tenga de la persona. Quienes lean este escrito podrán tener posturas sociales, políticas, ideológicas o religiosas diferentes, pero creo que todos estamos de acuerdo en un puñado de valores centrados en la dignidad de la persona y en la necesidad de hacer posible el despliegue de todas sus capacidades. Esta es una visión humanista de la persona. Depende, en segundo lugar, de qué universidad queremos ser. Por ejemplo, me gusta ver que mi universidad afirma en su plan estratégico que “queremos una formación integral para las personas en una universidad que impulsa la transformación de su conocimiento para orientarlo al desarrollo social y cultural de su entorno”.

La formación integral en una universidad tiene una dimensión de cualificación o de competencia técnica y una dimensión de fomentar la curiosidad y de buscar nuevo conocimiento y, en mi opinión, ambas están razonablemente bien cubiertas por nuestras universidades, a pesar de que actualmente la carrera investigadora no es tarea fácil.

Sin embargo, donde creo que seguimos teniendo trabajo pendiente es en algo que ya señalaba José Ortega y Gasset hace más de 90 años en su libro Misión de la Universidad: construirse como persona. “De aquí la importancia histórica que tiene devolver a la universidad su tarea central de ilustración del hombre, de enseñarle la plena cultura del tiempo, de descubrirle con claridad y precisión en gigantesco mundo presente, dónde tiene que encajarse su vida para ser auténtica”.

De la misma forma, tenemos que mejorar la faceta de formar ciudadanos con visión crítica de la realidad, es decir, mirar la realidad y saber qué hay detrás de lo que estoy viendo. Eso exige tener una conciencia y un sentido ético que nos permita discernir qué es lo que más nos acerca a la finalidad que tenemos como personas y como universidad. La formación integral incluye educación del cuerpo, física y sexual, la educación de la sensibilidad, lo que incluye el arte  y       la literatura y también las relaciones entre las personas. Incluye también valores como la tolerancia hacia los demás y la intolerancia ante la injusticia, la mentira y la manipulación. Quizás lo más importante sea la capacidad de tomar decisiones libres, responsables y consecuentes. Si tuviera que sintetizar qué aporta la formación integral a una persona universitaria diría que facilitarle descubrir, en un momento importante de su vida, quién es y qué puede aportar a la transformación de su entorno.

De esta reflexión surge la tercera y última pregunta, que es ¿cómo queremos lograr una formación integral en valores en la universidad?

En primer lugar, hay una dimensión personal: el compromiso ético de la universidad comienza revisando el compromiso ético de uno mismo como miembro de la universidad, ya sea alumno, profesor o perteneciente al PAS. Esto implica, por un lado, una actitud personal activa hacia el propio aprendizaje, es decir, querer crecer y progresar y, por otro, no recluirse en lo académico sino formarse con otros y formarse de manera complementaria cultivando los valores estéticos, la lectura, las actividades culturales o el deporte.

Sin embargo, el paso definitivo requiere una respuesta colectiva, como universidad. En este punto voy a enumerar, sin ánimo de exhaustividad, algunas iniciativas que me parecen interesantes:

  • La mentorización o la acción tutorial, son herramientas con las que las universidades desarrollan acciones coordinadas de información, orientación y tutoría dirigidas a preuniversitarios, alumnado y egresados, además de ayudar a la orientación académica y profesional de los estudiantes. Son espacios privilegiados para la transmisión y el aprendizaje de valores.
  • La experiencia de aprendizaje-servicio, esto es, una propuesta docente y de investigación que integra el servicio a la comunidad y el aprendizaje académico en un solo proyecto y permite al estudiante formarse, trabajando sobre la base de las necesidades reales del entorno, con el objetivo de mejorarlo. La Asociación Catalana de universidades públicas tiene una guía con propuestas concretas para la realización de proyectos de aprendizaje-servicio en la universidad.
  • El currículum básico (core curriculum) que imparten numerosas universidades estadounidenses, en las que todos los alumnos de cualquier grado cursan una serie de asignaturas transversales que incluyen cursos relacionados con ética, artes liberales relacionadas con las humanidades y las ciencias sociales y naturales. Esa iniciativa la he visto reflejada en algunas universidades privadas de nuestro país, como es el caso de la Universidad de Navarra, y no la he sabido encontrar en universidades públicas.
  • Las iniciativas de los propios estudiantes, organizados a nivel nacional o europeo. Es el caso de los estudiantes de medicina (el área que me resulta familiar) de la Federación Internacional de asociaciones de estudiantes de Medicina, que proponen valores relacionados con la comunicación, el pensamiento crítico, la salud o la sociedad. El Consejo Estatal de Estudiantes de medicina de España propone una ampliación del currículum de Bioética con mayor transversalidad dentro del Grado para promover un cuidado holístico del paciente y una medicina más humanizada.
  • Y, por último y no menos importante, cada profesor cuando programa y reflexiona sobre su asignatura debería identificar, promover y evaluar contenidos actitudinales en sus propias asignaturas para fomentar su interiorización y aprendizaje. Esto se beneficia de la realización de mapas de contenidos, en los que lógicamente los actitudinales conviven con aquellos más procedimentales o conceptuales.

A modo de conclusión, si un colega mío comenzara como profesor mañana o, si, como es mi caso, mi hija comenzara una carrera el próximo curso, yo le daría 10 consejos (bueno, ya se los he dado): Busca y comprométete con algo que merezca la pena. Convéncete dialogando y no te limites a dejarte contagiar. No te baste con opinar, sino que deberás aprender a razonar. Busca siempre la verdad, sea ésta o no la opción mayoritaria en tu entorno. Sé creativa y auténtica y acéptate cómo eres, pero intenta mejorar. Sigue siendo solidaria y generosa. Continúa formándote toda tu vida. Cultiva la cultura y disfruta de lo bello. Crea grupo y asóciate con otras personas.

El poeta Gabriel Celaya, que dedicó buena parte de su vida a la educación, nos dejó estas líneas que confío nos motiven para poner la formación integral en valores éticos en el centro de nuestra labor educativa y para soñar, con esperanza, una universidad diferente, pero posible:

Educar

Educar es lo mismo

que poner motor a una barca…

hay que medir, pesar, equilibrar…

…y poner todo en marcha.

Para eso, uno tiene que llevar en el alma

un poco de marino…

un poco de pirata…

un poco de poeta…

y un kilo y medio de paciencia concentrada.

Pero es consolador

soñar mientras uno trabaja,

que ese barco, ese niño

irá muy lejos por el agua.

Soñar que ese navío

llevará nuestra carga de palabras

hacia puertos distantes,

hacia islas lejanas.

Soñar que cuando un día

esté durmiendo nuestra propia barca,

en barcos nuevos seguirá

nuestra bandera enarbolada.

Las imágenes 1 y 3 han sido obtenidas en freepik.es y pixabay.com.

La figura 1 ha sido generada con el aplicativo Nube de palabras, juntando todos los “valores” encontrados en los portales web de 10 universidades. 

Las opiniones e ideas que aparecen en los artículos publicados desde Política-mente son responsabilidad de las personas que los han escrito y, por tanto, no necesariamente coinciden con los de CVX-España como institución.


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