Por José Galán, CVX en Granada
El 1972 fue un año histórico en la creación de la conciencia ambiental: por primera vez, la preocupación por el medio ambiente pasó del ámbito de la contestación social a una Conferencia Internacional sobre el Medio Ambiente, organizada en Estocolmo por Naciones Unidas. Fue una conferencia técnica, que buscaba acuerdos entre intereses contrapuestos: de una parte, la industria británica y de otra las madereras escandinavas que sufrían las lluvias acidas. No se plantearon problemas éticos por el deterioro del medio ambiente, ni se cuestionó el modelo industrial, ni cultural o civilizatorio, que están en la base del deterioro de la creación.

A partir de ese momento, comienza el camino de crear una conciencia ambiental. Aparece en 1973 el libro “Lo pequeño es hermoso” de Ernst Friedrich Schumacher. En poco tiempo se hace un referente del movimiento ecologista, al plantear los límites del crecimiento y denunciar el modelo inviable basado en el consumo masivo de energía fósil, el tratar como bienes de renta lo que son bienes de capital no renovables y el agotamiento de recursos no sostenibles en un planeta que no puede crecer. Actitudes como la codicia y el afán de lucro desmedido son considerados semipatologías. El mensaje de la insostenibilidad del sistema va calando no sólo en los ámbitos del ecologismo social, sino en el mundo científico y universitario.
Schumacher fue, sin duda, un profeta en su tiempo, pero, además, profundizó, aún más, al plantear el aspecto espiritual, que pasó muy desapercibido en su época. Fue profesor universitario en Inglaterra y en EEUU y asesor para la energía del Gobierno británico y asesor económico en la reconstrucción alemana después de la segunda guerra mundial. También asesoró a gobiernos de países en vías de desarrollo, como al gobierno de Birmania, donde conoció la cultura budista y se acercó a la importancia de la espiritualidad. Reflexionó sobre el experimento moderno de vivir sin religión, lo que hizo que en 1971 se convirtiera al catolicismo y se entregara a difundir el muy necesario cambio de mentalidad y una profunda transformación cultural del occidente industrializado y secularizado, promoviendo la economía circular y la sostenibilidad, la vuelta al campo y el uso de energías alternativas y sostenibles y todo, como parte de su pensamiento humanista y como parte de la identidad cristiana: lo que hoy podemos llamar la ecología integral.

Algo más de cuarenta años después de Estocolmo y en la solemnidad de Pentecostés 24.05.2015, se publica la encíclica Laudato Si (LS), planteando el gran reto civilizatorio que tiene la humanidad. El texto magisterio de la Iglesia debería ser, por su profundidad, el manifiesto del ecologismo social. Analiza el origen de la destrucción de la Creación y lo asocia al de la Desigualdad e Injusticia Social, pues ambos problemas, el deterioro ambiental y la injusticia social, tienen el mismo origen: el corazón enfermo del ser humano.
LS da un enorme salto en la percepción del deterioro ambiental. Ya no es un problema técnico, sino un problema moral, cultural, estructural y profundo. Tan profundo que para los cristianos esto ya no es una opción, sino un deber sagrado, el deber de preservar y cuidar la creación, que se suma al deber de buscar la justicia y la promoción de los más débiles.
Estas heridas son un serio problema civilizatorio que afecta al sentido de nuestra existencia y de nuestra identidad. La crisis cultural ha traído también una confusión de concepto, pues ideas como “desarrollo” y “progreso”, han justificado una profunda destrucción de la Creación: la contaminación de los mares, el cambio climático, la urbanización de más del 80% de la línea de costa y de las vegas fértiles agrarias o las miles de toneladas de plástico y cristal que se depositan en ríos, campos o cunetas de cualquier carretera de nuestro país y que terminan, en gran parte, enviados al mar, convirtiéndose en residuos y microplásticos y entrando en la cadena trófica de los seres vivos, llegando, incluso, a nuestras mesas. Hemos contaminado las aguas continentales, el aire en las ciudades, subido las temperaturas, creado problemas de gestión de los residuos urbanos, industriales o nucleares y un largo etc., por citar sólo algunos de los enormes problemas que nuestro modelo civilizatorio infringe a la Creación. Todo ello nos demuestra que no tenemos el control y que hemos iniciado dinámicas que se escapan a nuestras propias capacidades.

Por otra parte, LS acude a la tradición cristiana para denunciar no sólo la destrucción de la Creación, sino la cruel realidad de la injusticia social, con millones de seres humanos infra-alimentados, con hambrunas periódicas, sin sanidad ni viviendas dignas y con educación devaluada o inexistente. Son las dos enormes heridas sobre las que la encíclica reflexiona.
Para reconciliar al ser humano con Dios, con su Creación y la Justicia Social, se propone un cambio cultural hacia la Ecología Integral, para seguir andando hacia la construcción del Reino de Dios, corrigiendo los errores de la humanidad. Para ello no bastará con un simple cambio de hábitos de consumo o de la gestión de los residuos, pues si bien los cambios superficiales son necesarios, no serán suficientes. La raíz del problema es mucho más profunda que la simple gestión de la cotidianidad. Su origen viene de la concepción del mundo que nos ofrece la postmodernidad: la pérdida de nuestra verdadera identidad de ser criaturas de Dios, a ser meros accidentes casuales de la organización caótica del universo, simple materia orgánica organizada complejamente. La consecuencia de esta hipótesis elevada a verdad del conocimiento es, entre otras, la cultura del hedonismo, el consumismo, el descarte, el laicismo radical, el desprecio por la sacralidad de la vida, la secularización o la despreocupación por el deterioro ambiental. Esta mentalidad, que nos afecta negativamente en muchos otros ámbitos de la vida, nos lleva a la falta de sentido, la destrucción moral de las personas y a un posible colapso civilizatorio

Debemos ser conscientes del momento histórico en el que nos encontramos. No superaremos esta situación pactando con las concepciones postmodernas de la existencia, sino rebatiéndolas y ofreciendo, dentro de la cultura cristiana, un discurso y un proceder alternativo. No es una cuestión de elección. Es un deber sagrado preservar la Creación del Señor y trabajar por la justicia social y la dignidad de todos los seres humanos, pues es parte del ADN del cristiano. Y esto debemos saber trasladarlo a la sociedad, ya que todo cristiano ha sido enviado a evangelizar el mundo y no a secularizar nuestras comunidades.
Las comunidades cristianas debemos tener la convicción de ser custodios de la creación y promotores de la justicia social. El dolor humano es dolor que siente el Señor. Debemos desarrollar prácticas y discursos alternativos que nos doten de instrumentos de evangelización para crear una cultura donde la presencia del Señor sea el camino para esa preservación de la creación y la justicia social. Y como una máxima de la espiritualidad ignaciana, que une la acción con la contemplación, también debemos desarrollar acciones y recursos que nos lleven a saber valorar, apreciar y disfrutar de las maravillas de la creación, celebrando y agradeciendo donde el Señor ha permitido que existamos y vivamos y donde, sin duda, se percibe con mayor claridad su presencia.
Alabado sea.
Comienza Laudato Si:
«Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba»
Oración final de Laudato Si:
«Señor, tómanos a nosotros con tu poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de hermosura.
Alabado seas.
Amén»
Imágenes:
Imagen de Pexels en Pixabay
5 June 1972 – UN Conference Human Environment Stockholm Photo Credit Yutaka Nagata
Libro “Small is beautiful” de Ernst Friedrich Schumacher
Catholicclimatecovenant.org
Valle de Arbas, León – Víctor Vega
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precioso y cierto
Gracias, Mercedes, por tus palabras