“Carta a una joven adolescente” de Mariola López Villanueva RSCJ

Hemos rescatado este artículo de Mariola López Villanueva RSCJ (“Mirar por otros”-Ed. Sal Terrae 2018) y lo compartimos en el día de hoy.


La madre de Sonia se fue de casa cuando esta nació. Ilenia no conoció a su padre, y Fran sólo lo vio una vez. Ellos son algunos de mis chavales del instituto, un centro de atención preferente en un entorno social con una gran inestabilidad familiar y deteriorado por las drogas.


Aunque están en 4º de la ESO, tienen ya 17 años y están a punto de cumplir los 18. Son pocos en clase de religión, y puedo tener una relación más cercana con ellos. Un día me preguntaron qué hacíamos en la casa, cómo vivíamos en comunidad. Entre otras cosas, les conté que por las noches nos juntábamos para rezar y que, a veces, en esas
noches me acordaba de ellos y los ponía con Jesús. Esto les sorprendió y les gustó. Una chica me dijo: “¿Y cómo rezas por nosotros?”. “Os traigo al corazón y le pido a Jesús que os cuide, que la vida sea hermosa para vosotros, que encontréis gente que os quiera y a la que querer…”.


De pronto, Ilenia comentó que la única oración que antes se sabía era el Padrenuestro, pero que ya se le había olvidado; otro nombró a su abuela y Sonia me dijo, para mi sorpresa, que por qué no rezábamos allí. Les dije que sí, que el próximo día lo haríamos al final de la clase.


Cuando llegó el día, me había llevado una música tranquila y pensé hacerles una pequeña meditación, que cerraran los ojos, respiraran… pero, a pesar de varios intentos, no pudimos pasar de ahí, porque a un par de chicos les daba la risa. No quería desaprovechar la ocasión y se me ocurrió que empezáramos a orar con el cuerpo. Nos pusimos de pie en círculo, hicimos varios gestos de oración, nos pasamos de mano en
mano un plato de luz, y al final les dije que íbamos a entregar esa luz de Dios unos a otros, a bendecirnos. Las chicas lo aceptaron muy bien, a los chicos les daba más vergüenza. El mayor regalo me lo hizo Sonia cuando escuché que le decía a una compañera: “Déjame que te bendiga”. Ni siquiera sé si sabe lo que eso significa. ¡Qué difícil es hablar de oración a los jóvenes, enseñarles a orar, y más cuando a nosotros nos cuesta tanto en este tiempo de altas velocidades…! Voy a hacer el intento de traducirla para ellos, aunque no estoy segura de poder lograrlo; por eso voy a pedirle ayuda a Sonia, la muchacha que quería aprender a bendecir. Ella será mi interlocutora y
mi guía.


Cuestión de química


¿Has visto, Sonia, “Física y Química”? Estoy segurísima que sí. Es esa serie que espanta a los padres y adultos y os encanta a los jóvenes, donde se cuenta con cierta exageración las relaciones en un instituto entre os chavales y los profesores, la mayoría novatos, y donde hacen de todo lo imaginable. Por supuesto que no vemos a nadie rezar (¡vaya locura!). Incluso nos extrañaríamos si apareciera una cosa así. Y, sin embargo, también la oración es cuestión de “química”, como el primer beso. Sólo que hay que probarla. Si en una semana, en las series que sueles ver, en las películas, en los programas de televisión, buscaras algo que hablara de oración, probablemente no lo encontrarías. No aparece, al menos expresamente. Tampoco en las canciones es común, ni en las novelas.

Por eso os parece algo que no existe o, al menos, algo que no tiene nada que ver con este mundo ni con vosotros. Y, sin embargo, hay en ti, Sonia, y en cada persona, un anhelo grande, algo más profundo y más hondo que lo que vemos. ¿Te acuerdas de aquel joven rico que se acercó a Jesús? Es el único personaje del Evangelio, que después de encontrarse con él se marcha entristecido, a pesar de que Jesús lo quiso mucho; pero él no se atrevió, no se arriesgó a dejar sus riquezas para hacer espacio a una riqueza mayor: la de Dios y los demás en el centro de la vida. Jesús lo dejó partir, con dolor y con pena, pero lo dejó partir, porque uno sólo puede mostrarlo y esperar que el otro lo tome.

Recuerda siempre que todo lo que tiene que ver con Dios en tu vida será una invitación, una atracción, una propuesta, pero nunca una imposición; tampoco la oración: eso sería no haberla descubierto. ¿Te has preguntado alguna vez a quién perteneces? Cuando descubrimos la oración en nuestra vida, es cuando empezamos a presentir que le importamos a alguien, que hay una Presencia mayor que nos habita mucho antes de que empecemos a darnos cuenta, que nos acompaña sin que lo sepamos y que nos espera allá dentro, en el fondo de nuestra alma, y aquí fuera, en los encuentros y vivencias de
cada día. ¿Sabes que es lo que más me cuesta? Saber que tenemos en nosotros y sobre nosotros, que nos envuelve por detrás y por delante, una fuerza de amor poderosa y que apenas sabemos cómo conectar con ella. No conocemos su “nick” para chatear, ni su móvil para mandarle un SMS.


Como te decía, también la oración es cuestión de química, de verla con otros ojos, de saber que hay un “Tú” que te espera y decirle: “aquí estoy también yo”, y acercarnos poco a poco, como cuando estrenamos un amigo y cuidamos cada cita. Pero la mayoría de las cosas que vivimos nos ocultan ese “Tú” o apenas dicen nada de él, aunque es sólo en apariencia, ya lo irás descubriendo. ¡Es tan hermoso poder llevar a otros allí, como una cita compartida de Messenger…!; sólo que las cosas que se dicen son de corazón a corazón y quedan grabadas en el disco duro de nuestra memoria. Esos mensajes no se borran ni ocupan espacio. Y no sólo ves y oyes, sino que puedes tocar y ser tocada. ¿Voy
demasiado deprisa? Es que deseo tanto que te den ganas de probarla…


El gimnasio del corazón


¿Practicas algún deporte? Ahora recuerdo que jugabas al baloncesto. Ya sabes cuánto hay que entrenar para jugar bien, y lo importante que es la disciplina de cada día. No correr un día, de pronto, dos horas, sino cada día un poco, para que el cuerpo tenga su tono y no te tiren los músculos. Me impresiona la cantidad de gente que va a los gimnasios, las actuales catedrales del cuerpo; el ejercicio es bueno, siempre que no se sobredimensione. Nada me impresiona más cuando vemos unos juegos olímpicos por televisión que pensar en todo el sacrificio que han tenido que hacer los atletas, las horas y horas que han dedicado. Su tiempo, su atención y sus mejores energías giran en torno a esa práctica. ¿Te has fijado tú? Es increíble. Imagina los corredores de fondo. Y todo para triunfar en una actividad que dura sólo unos años… ¡Cuánto más nosotros, para atinar con la carrera de la vida, tendríamos que entrenarnos bien…!


En general, creo que los jóvenes cuidáis bastante vuestra dimensión corporal y necesitáis cultivar también las dimensiones mentales y emocionales; pero hay una que está aún más adentro: es la dimensión trascendente de nuestra vida. ¿Te suena esa palabra? Significa algo así como que no estamos cerrados en nosotros mismos, que estamos abiertos a una Realidad mayor que nos trasciende, que tenemos en el corazón un hueco que está hecho a la medida de Dios. Pues fíjate que, siendo ésta una de las dimensiones más importantes de la vida, es la que menos nos enseñan a despertar y cultivar. La dimensión de profundidad es la más descuidada; y, sin embargo, es la que nos hace sentir plena la vida. ¿Por qué lo aprenderemos tan tarde? Lo que sentiría mucho es que se te pasaran los años, te liaras con otras cosas y no te dieras cuenta. ¡Intuyo un pozo tan precioso dentro de ti, una fuente tan honda…!¡Y tú sin enterarte…!

Nos pasamos la vida buscando agua en pozos ajenos, y apenas descubrimos nuestro manantial. La oración nos ayuda a encontrarlo y ensancharlo (también nos ayuda a
sanar las heridas, pero eso, lo dejaremos para otra ocasión). ¡Cómo nos cambiarían las cosas si cada día pasáramos un rato en el gimnasio del corazón con Aquel que amorosamente nos espera…! ¡Cómo se nos moldearía la vida, qué distintos veríamos los rostros al recibirlos ahí…! Para ello necesitamos detenernos, entrar dentro, buscar en Otro nuestro centro, liberarnos de tantos ruidos como nos acompañan y, si queremos ahondar la relación, tener un ritmo, una cierta disciplina, practicar un poco cada día, como hace el deportista para ejercitar sus músculos.

Y ahora que todos buscan tener su “coach”, su entrenador personal, ¿sabes que allá dentro tenemos uno? Los cristianos lo
llamamos Espíritu. Ruah. Aliento de Dios. Fuente de todo amor. Es nuestro maestro para aprender a orar. Él nos va enseñando qué decir y cómo hacerlo, y con él nos vienen las lágrimas y la alegría. Si los frecuentamos, podremos luego reconocerlo cuando se cuele en nuestra vida cotidiana; si no lo conocemos, está igual a nuestro lado, dentro de nosotros y dentro de los otros, sólo que no lo sabemos y no contamos con él. Ojalá puedas sentirlo. Estoy segura de que sí; es más, lo has experimentado ya, pero aún no sabes que es él. El día que lo sepas y te queme su fuego, ya no podrás olvidarlo. En algunos gimnasios preparan una tabla personal, le dan a cada uno su manual de ejercicios. Nuestro manual en ese gimnasio del corazón es el Evangelio: no busques otros si te quieres entrenar de verdad. Hay cosas preciosísimas sobre la oración, y está bien que las conozcas y te sirvas de ellas; pero tú vuelve siempre al Evangelio, mira a Jesús allí, contémplalo, identifícate con sus personajes…, hasta que llegue a ser buena noticia también en ti para otros.


Hacernos un cine


¿Te gusta el cine? A mí muchísimo: meternos en las historias, conocer otras visiones y otros mundos, emocionarnos… Pienso que Jesús contaba parábolas porque aún no existía el cine. También detrás de cada película hay horas y horas de trabajo. Algunas tardan años en rodarse: de cien tomas, a lo mejor sólo se aprovechan diez. La luz es muy importante en las películas, por eso para mí la oración tiene que ver con el cine, porque también es cuestión de luz. Pones lo vivido bajo otros ojos, lo miras desde otro ángulo, no lo contemplas sola. Es como si pudiéramos bañar la realidad en esa luz que descubre lo verdadero, lo que cuenta, lo que merece la pena. ¡Y cuánto cambian las imágenes cuando las recibimos ahí…! Entonces se ven las cosas en versión original. ¿Y sabes qué es lo más emocionante?: que apenas sabemos nada de nuestra propia película ni de nuestro papel en ella; que al principio somos meros espectadores; y que, en la medida en que nos vamos adentrando en la oración, vamos siendo protagonistas, señores
de nuestra vida, dejando que el guion nos lo vaya haciendo Otro, el que sabe, el que conoce el entramado de la historia y la belleza escondida en cada plano. ¡Cómo disfrutan los actores cuando los dirigen buenos directores…!; se dejan llevar, se abandonan.

Nosotros contamos con el mejor, pues sólo en Él podemos conocernos y ser lo que somos y desplegar el amor. Encontrarnos con Jesús y vivir con él nos embellece la vida, y es en la oración donde lo vamos descubriendo, donde nos dejamos mirar y querer. ¿Recuerdas su mirada a la mujer adúltera, la que lo acarició y lo ungió con perfume…? Esos son los ojos que buscan los tuyos. Por favor, no te los pierdas. El día que los sientas, no podrás olvidarlos. En cada oración nos volvemos hacia esos ojos que nos bendicen, que nos embellecen, que nos llevan. No te encontrarás en otro lugar como en ellos. No te verás en otro lugar como te ves allí. Sólo ellos muestran nuestra verdad desnuda, y llegarás a amar tu pobreza como nunca podrías haber imaginado. Mira desde Él a los demás, mira con Él lo que vives, lo que bloquea tu corazón, lo que te da vida y lo que te hace sufrir, tus miedos y tus sueños, las personas que forman parte de ti… Mira también el dolor de los otros, sus anhelos, su bondad… No dejes nada fuera de esos Ojos que “ruedan” para ti. Si te dicen que no existen, es porque no los han descubierto. Cuando tú los veas, lo sabrás, y sólo en la oración se muestran. Se van tatuando poco a poco en lo más hondo de ti.


Otro tema importante en el cine, y también en la oración, son las imágenes. Según sea Dios para ti, según como lo veas, así orarás. A veces se nos introyectan imágenes falsas de Dios, fetiches que tienen más que ver con nosotros, con nuestras compulsiones y miedos, que con Él. Necesitamos frecuentar el evangelio en la oración para que esas imágenes se nos vayan cayendo, y poco a poco se muestre ante nosotros, y dentro de nosotros, el rostro de Dios que Jesús reveló. Siempre nuevo. Cuando ya creemos conocerlo o saber de él, nos lleva más adentro y más lejos. Un Dios que no se deja contener. Lo que más lo identifica es su amor incondicional y el gusto tremendo que provoca en nosotros por la vida y por su diversidad, el cariño por todos y por
todo. Vivimos tan rápidamente que apenas nos tomamos tiempo para asimilar las
experiencias que tenemos. La oración nos permite disfrutar de las mejores escenas
del día y nos hace desear reparar las que nos han gustado menos. Aprovecha un rato cuando mejor te venga (por la mañana, por la tarde o por la noche) y recorre el día y los rostros, lo vivido, lo expresado, lo callado, lo recibido. Igual que después de una buena
película te quedas pegada al asiento del cine y necesitas un tiempo antes de salir a la calle, así nos pasa en la oración: no podemos terminar de repente. Requiere su momento de despedida, de poso, de reverencia.


Nuestro “blog” interior


¿Sabes que, sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cada vez más individualistas en esta sociedad nuestra del bienestar? No se si tu eres de los jóvenes con tele propia en el cuarto y conexión a internet que se pasan todo el día relacionándose virtualmente. La otra tarde fui a un “cíber”; a mi lado, un chico marroquí “chateaba” mientras veía la imagen de la chica que tenía al otro lado. Por supuesto que no entendía lo que le decía, pero sí podía ver sus ojos y su sonrisa. Creo que ese mismo chico delante de esa joven, en vivo, no le diría ni la mitad de las cosas que le comunica por el “chat”. Me hace pensar en la necesidad honda que tenemos de vivir conectados con los otros, de entrar en
relación y, al mismo tiempo, en nuestras dificultades para ello. La oración es también un modo vital de relacionarnos que necesitamos aprender.


Cada vez hay más páginas web sobre temas de oración, y seguro que hay algunas muy buenas que te podrán ayudar en distintos momentos. Pero te confieso un secreto: para conectarnos por dentro es mejor apagar el ordenador; si no, serán más imágenes, más palabras, pero no calarán en nosotros, sino que se quedarán en la epidermis de la información recibida durante el día. Porque la oración no consiste en saber ni en decir cosas, sino en sentir y gustar internamente, que decía Ignacio de Loyola, un buen compañero de camino para descubrir a Dios en la vida. Un Dios que conoce tu nombre y que necesita de ti para hacer este mundo más humano. Sí, aunque te parezca increíble.

Estamos amenazados de individualismo, y la oración cristiana es un gran correctivo, una invitación a sabernos con otros, a vivir en comunidad. En ella decimos que nuestro origen es común y pedimos juntos el perdón y el advenimiento del Reino. No tiene nada que ver con una oración solitaria. Es una soledad acompañada, llena de rostros; “sonora” la llamaba el maestro Juan de la Cruz, otro gran buscador de Dios en la noche. A vosotros os atrae mucho la noche: en ella os encontráis y os queréis; a veces pasáis peligros y malos ratos; en la noche están vuestros amigos y vuestro mundo. Ojalá que podáis descubrirla también como un tiempo de salvación. ¿Sabías que Jesús se retiraba de noche a orar? Eso tiene en común con vosotros, entre otras cosas: que le gustaba la noche para entrar en relación. ¿Tienes un “blog”? Seguro que conoces algunos. Los hay de una sola persona y los hay compartidos. El “blog” de la oración cristiana es con otros, junto a otros, para otros. En los “blogs” se narran experiencias, modos de ver, anécdotas, cosas que uno quiere compartir, conversaciones…; es como un diario colgado en la red.

Normalmente tenemos un “blog” exterior, que es el que mostramos; pero tenemos también un “blog” interior que nos es más desconocido aun para nosotros mismos. Hemos inflado la exterioridad; ¡cuánto nos importa a todos nuestra imagen, y cómo se aprovechan de ello los medios de comunicación…! Pero lo interior apenas lo vislumbramos, pues es aquello que no vemos directamente. Podemos conocer y hasta sentirnos deslumbrados por el exterior de una persona, por su belleza, su simpatía, su inteligencia…; pero para conocerla de verdad necesitamos considerar su interior, su
modo de ser, su corazón y su visión del mundo. Somos un iceberg para nosotros mismos, y así vemos también a los otros; nuestra parte mejor permanece oculta, y la oración nos ayuda a descubrirla, nos da ojos interiores para mirar lo profundo en las personas, la dimensión más verdadera de nuestras vidas. Si algún día tienes tu pareja, prueba a orar por ella, a llevarla junto a Dios, y también a rezar juntos, a tener un “blog” interior. Prueba también con los amigos y con las personas con las que más te cuesta relacionarte. Te sorprenderás.


La oración se ve en las manos


A veces, según en qué ambientes, nos da cierto pudor decir que rezamos. Quiero contarte una anécdota que me pasó con mi madre. He estado bastante tiempo en casa con ella, y le dije que por las tardes, mientras ella echaba la siesta, yo me iba a la habitación a rezar un rato (no creas que no me costó también decírselo). Una de esas tardes, vino una tía mía a verla, preguntó por mí, y mi madre le dijo: “Está ahí adentro, en la habitación, haciendo gimnasia para su espalda”. Me dio la risa escucharle eso, pero entendí que le daba vergüenza decirle a mi tía que estaba rezando. Y es que no tenemos costumbre de expresarlo, de integrarlo en la vida de cada día como algo normal.
Quiero hablarte ahora de hombres y mujeres que supieron decirnos de su experiencia de oración, para que puedas ver lo que significaba para ellos. La más conocida es nuestra Teresa de Jesús, que decía: “La oración es tratar de amistad con quien sabemos nos ama”. Porque oró mucho, pudo arriesgar y amar mucho. Ya irás viendo lo que la oración tiene que ver con el amor y con la libertad. Muchísimo más de lo que puedas imaginar. Etty Hillesum, una joven judía de veintitantos años, dio un giro tremendo a su existencia el día en que aprendió a arrodillarse y el orar se convirtió para ella en el refugio y la paz de su vida, en medio del sufrimiento atroz durante la persecución nazi. Mahatma Gandhi decía algo así: “Puedo pasar un día sin comer, pero no puedo pasar un día sin orar”. Las personas que se han comprometido por los demás, que han trabajado por la justicia, que
han sido capaces de dar su vida por otros, han sido también personas de oración, de una relación viva con Aquel a quien presentían en todas las cosas. Sacaban su coraje, su humildad y su transparencia de esos tiempos prolongados en su Presencia.


Hay mucha gente que busca y ora a su modo, aunque no lo diga. Me dio gusto encontrar esto en la última novela de Isabel Allende, La suma de los días, donde dice: “Lo que pretendo en mi tambaleante práctica espiritual es deshacerme de los sentimientos negativos que me impiden caminar con soltura… No me hago ilusiones, nunca alcanzaré el desprendimiento absoluto, la auténtica compasión o el estado de los iluminados, parece que no tengo huesos de santa, pero puedo aspirar a las migas: menos ataduras, algo de cariño hacia los demás, la alegría de una conciencia limpia” (pag.119)


La oración nos hace amigos de Dios, de los otros y, en última instancia, de nosotros mismos. Nos va dando un tono amistoso con la vida, con los acontecimientos. Vamos perdiendo temores y sentimos una confianza casi de niño que nos hace presentir que, pase lo que pase, “todo acabará bien”. Otra cosa importante es que la oración no podemos medirla, no podemos llevar cuenta de ella. En el deporte, en la interpretación
musical, en otras artes, puedes medir los logros. En el arte de orar, siempre sientes que no sabes; incluso, con el tiempo, en vez de avanzar, tienes la sensación de que vas para atrás. Uno no puede medirla; son los demás los que la ven. Dicen que irradia a través de los ojos y de las manos.


La oración transforma la vida; no nos hace sentirnos mejores que otros, sino que, por el contrario, nos hace capaces de vernos iguales: igual de necesitados e igual de provistos para amar. Desbloquea lo que nos separa de los demás y libera un amor que nos conecta con cada criatura del universo. La oración nos da manos buenas para los otros, nos hace seres compasivos y nos llena de gratitud. ¿sabes en qué se le notaba a Jesús que oraba? En que pasó haciendo el bien y en que amaba a los que nadie quería; y seguro que era mucho, pero mucho más alegre de como nos lo cuentan.


Regalarte un poema


No sé si te habrá movido algo todo este rollo ni si te animarás a descubrir la oración. Al menos, tómalo como lo mejor que tengo para darte. Disculpa si algunas palabras no acabas de entenderlas. Hay cosas que pueden decirse, y otras que necesitamos descubrir por nosotros mismos, y tú tienes toda la vida por delante. Aprovéchala y, pase lo que pase, siente que no estás sola, que Alguien vela con inmenso amor por ti. Hay un poema delicioso de Mijal Snunit, una escritora hebrea de cuentos para niños y jóvenes, que me encantaría reproducirte entero, pero es muy largo; te regalo un trozo como despedida. Cuando acabes de leerlo, no digas nada, respira y permanece ahí, por si “el pájaro del alma” estuviera silenciosamente buscándote:


“Dentro del alma, en su centro,
está, de pie sobre una sola pata,
un pájaro: el Pájaro del Alma.
Él siente todo lo que nosotros sentimos.
Cuando alguien nos hiere,
el Pájaro del Alma vaga por nuestro cuerpo,
por aquí, por allá, en cualquier dirección,
aquejado de fuertes dolores.
Cuando alguien nos quiere,
el Pájaro del Alma salta,
dando pequeños y alegres brincos,
yendo y viniendo,
adelante y atrás.
Cuando alguien nos llama por nuestro nombre,
el Pájaro del Alma presta atención a la voz
para averiguar qué clase de llamada es esa.
Y cuando alguien nos abraza,
el Pájaro del Alma,
que habita hondo, muy hondo dentro del cuerpo,
crece, crece,
hasta que llena casi todo nuestro interior.
A tal punto le hace bien el abrazo.
Pero sucede que el Pájaro del Alma nos llama,
y nosotros no lo oímos. ¡Qué lástima!
Él quiere hablarnos de nosotros mismos,
quiere hablarnos de los sentimientos que encierra en sus gavetas.
Hay quien lo escucha a menudo. Hay quien rara vez lo escucha. Y quien lo escucha
sólo una vez.
Por eso es conveniente ya tarde, en la noche,
cuando todo está en silencio,
escuchar al Pájaro del Alma
que habita en nuestro interior,
hondo, muy hondo, dentro del cuerpo”.

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