Es difícil poner en palabras tanto sentido durante el fin de semana del 1 y 2 de julio. Sí se puede hacer una crónica de lo que hicimos en Madrid, pero explicar lo que allí se vivió sería quizá más fácil a través de la música que de las palabras.
El tono general del encuentro fue la celebración desde el agradecimiento, como cuando uno se para en el camino y admira el paisaje que no ha sido capaz de captar en el esfuerzo de la ruta. Con este tono de gratitud creo que llegamos todos los participantes y lo aportamos como base para todo lo que estábamos abiertos a disfrutar durante estos dos días. Este agradecimiento se fue cargando de admiración por quienes nos han precedido, quienes se embarcaron en esta aventura incierta de la CVX cuando no era aún más que una idea difusa y un poco loca. Admiración también al hacernos conscientes de la escucha que tuvieron que poner en juego desde una total confianza nuestros primeros compañeros. Me es fácil imaginar a Josep María Riera, a Aurora Camps, a Ysa Muruzábal, a Javier Litch, muy jóvenes, inexpertos, pero muy ilusionados por lo que entonces era sólo un proyecto. Y también admiración por el papel que Dios ha jugado en nuestra historia, porque Él le puso intención a nuestros orígenes y no nos ha dejado nunca en estos 40 años, donde ha habido luces y sombras, pero sobre todo, muchos aprendizajes en comunidad.
La melodía la fueron conformando notas procedentes de nuestros recuerdos y el momento actual que vive la comunidad en España. Hemos crecido en organización, en estructura, en número de miembros y de comunidades locales. También en el despliegue de la misión, en vida e implicación eclesial, en metodología, en diversidad, en comunión, en disponibilidad para el mundo, en escucha otros dentro y fuera de la iglesia… Esta melodía es pegadiza para todas y todos y sigue añadiendo más notas que enriquecen la pieza, a distintas voces, en distintas escalas, pero formando una única línea común que crece y se va embelleciendo.
El punto álgido de esta melodía que compartimos, para mí tuvo lugar el sábado por la tarde, cuando escuchamos esa melodía que todos compartimos en el virtuosismo de algunos solistas que extrañamente reflejaban en sus solos notas que podemos descubrir en muchos de nuestros compañeros y compañeros de comunidad: la entrega en la familia, en la profesión, acompañando a las personas rotas por el camino, a quienes se enfrentan a momentos vitales definitivos, quienes descubren en la creación la palabra más sencilla y a la vez explícita de Dios, quienes ofrecen sus manos para la misión comunitaria. Estos solos curiosamente reforzaron las ganas, la necesidad de incorporar nuestras voces a la melodía común y hacerlo lo mejor posible, para no desafinar.
Toda nuestra música se hizo redonda y completa con la armonía expresada a través de la presentación de las comunidades locales y de los equipos apostólicos. Tanta vida, tantos rostros, tanta preocupación por nuestro mundo, por intentar en todo más amar y servir y poner a disposición de quien lo necesite lo que somos y tenemos, porque nuestra música no es para oir con cascos, no es para el disfrute personal, sino para grandes auditorios con entrada libre, para difundir por radios locales y comunitarias, que puedan hacer que llegue a todos los rincones del planeta.
Y el chin-pum lo puso el broche final en la Eucaristía la alegría enorme de celebrar los compromisos de 8 compañeros y compañeras que unen sus voces a las nuestras, 3 de ellos con contrato fijo en este coro, que se fían del Director y se ponen en sus manos.
Un encuentro para festejar, para agradecer, para reconocernos, para sentirnos orgullosos y para querer ser más fieles a nuestros principios generales, del que salimos con la alegría serena de llevar en el corazón una música suave que, sin estruendos, quiere hacer el mundo más parecido a como Dios lo sueña.
Belén Santamaría Eraña
Cvx-Salamanca
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