Por Agustín Podestá
Mg. en Teología, Universidad Católica Argentina
Docente e investigador en Universidad del Salvador (Argentina)
Desde hace unos años han crecido tanto el uso de las redes sociales, como sus riesgos y conflictos, pero también han surgido muchas y diferentes iniciativas de evangelización digital. Tomando impulso con la inmediata canonización de Carlo Acutis y, reconociendo la importancia que el tema tuvo en el Sínodo sobre la Sinodalidad, nos preguntaremos aquí brevemente por este fenómeno y sus frutos, de los buenos y de los otros…
El entorno digital y las redes sociales
Desde hace ya varios años, el uso de las redes sociales se ha vuelto parte importante de la vida cotidiana de las personas.
Recientes estudios demuestran que, solo en lo que va del 2024, más del 62% de la población mundial utiliza redes sociales. Y un usuario típico pasa en sus plataformas favoritas casi 2 horas y media en promedio al día.
En las redes conviven recetas de cocina, deportes, música y entretenimiento, pero también educación, cultura y hasta economía y política. Son grandes centros de transmisión no inocente de información (verdadera o falsa) y formación de conciencia.
Más allá del grave problema del algoritmo y los riesgos de sectorización y aislamiento que traen consigo, tema que no trataremos aquí, es un hecho que las redes son espacio de encuentro y también de consulta para las personas al momento de elegir a quién escuchar, por qué, para qué y, sobre todo, para tomar decisiones que pueden afectar la convivencia en sociedad.
La vida en el mundo digital es la vida en el mundo real. Aquella división entre el mundo digital y el mundo físico no tiene ya sentido. Lo que sucede en las redes afecta más o menos directamente lo que sucede en la cotidianeidad fuera de ellas.
De hecho, ese incremento en su utilización que mencionábamos más arriba viene acompañado de intereses económicos: “el gasto en publicidad digital aumentó un 10 por ciento anualmente, con casi $720 mil millones destinados a anuncios digitales en 2023. El gasto en anuncios sociales subió un 9.3 por ciento a $207 mil millones USD, y la inversión en marketing de influencers creció un 17 por ciento.” No es inocente ni el uso ni, mucho menos, la producción del contenido que se reproducirá en ellas.
En el terreno político, son conocidos los escándalos suscitados por la utilización de las redes, especialmente en tiempos electorales para la divulgación de información, muchas veces falsa, con el fin de generar escenarios sociales de desestabilización de los gobiernos de turno para implantar nuevos gobiernos, generalmente de sectores más liberales o de derechas (casos resonantes como el de Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil).
¿Y en la Iglesia católica? El caso de los evangelizadores digitales
La Iglesia, como Pueblo de Dios que peregrina en la tierra, no es ajena a estas realidades. Los católicos, no sólo los laicos, sino en todas las vocaciones y ministerios, están sujetos a la utilización de las redes sociales.
Muchos de ellos, además, acuden a las redes para hacer un espacio de vivencia de fe: sea para oración, sea para participar de la misa virtual, sea para formación catequística o doctrinal, sea para conocer noticias de la Iglesia, o bien, sea para generar muchos de esos contenidos que serán consumidos por feligreses.
Aquí entran en juego comunicadores y periodistas, pero también, desde hace unos años, los “evangelizadores digitales” (polémicamente llamados “influencers católicos”).
La evangelización en el espacio digital brota del mismo mandato misionero (universal, “católico”) de Jesús: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28, 19). Con características propias de las diversas plataformas de redes sociales, los evangelizadores digitales tienen hoy una tarea similar a la de los misioneros de los siglos XVI y XVII entrando a Asia y América. El deseo de Dios no se apaga por estar detrás de una pantalla. El entorno digital es tierra de misión.
Sin embargo, también ellos cargan con su humanidad y muchas veces pueden ser ocasión de pecado o, aunque sea, un conflicto en el camino evangelizador de la Iglesia. Existen riesgos de caer en la superficialidad, tanto por egocentrismo como por falta de profundización real en los contenidos, o desgano, interés, etc.
Pero hay todavía mayores riesgos: por un lado, respecto a un erróneo testimonio del discípulo y misionero, creyendo todavía que evangelizar es imponer ideas, con mayor o menor violencia, monopolizando el discurso y tirando verdades sin dialogar; no es auténtico camino pedagógico para la evangelización.
Por otro lado, respecto a una posible falta a la doctrina de la fe, utilizando peligrosamente la fe y las doctrinas como pantalla de discursos políticos que poco tienen que ver con la esencia del Evangelio; por ejemplo, cuán a menudo vemos en las redes propuestas de que el Evangelio no tiene relación con la justicia social, o la opción preferencial por los pobres, marginados, migrantes, víctimas de guerras. Estos perfiles esconden un conflicto en la falta de aceptación de la fe de la Doctrina Social de la Iglesia.
Sin embargo, frente a estos riesgos, hay siempre luz. Abundan iniciativas, sean de varios años o sean nuevas, de evangelizadores que sienten el llamado a misionar allí. Dar testimonio de Jesús, de que “no podemos callar lo que hemos visto y oído” (Hch 4,20), de impulsarse a llegar a nuevas generaciones (los “nativos digitales”) o a quienes están alejados de la Iglesia y aguardan en las redes una palabra de quien es LA Palabra de Dios.
Surge inclusive una particularidad: se están generando redes de evangelizadores que se reúnen para hacer comunidad de misión. Se hayan convocado de forma más autónoma, como el caso de los Encuentros Nacionales de Evangelizadores de Digitales de Argentina, por ejemplo, o hayan sido convocados por el obispo, como sucedió por ejemplo en Madrid con el Cardenal José Cobo en abril pasado, lo cierto es que está naciendo una conciencia eclesial de que la evangelización en las redes es un fruto e impulso del Espíritu Santo.
Aún a pesar de sus riesgos, como hemos presentado, tendremos que seguir construyendo puentes y caminos de misión. No ingenuamente, Francisco señalaba desde el inicio de su pontificado que “la unidad prevalece sobre el conflicto” (EG 226).
Invitaciones finales
Caminando en y hacia el Sínodo sobre la Sinodalidad, parece importante retomar las propuestas hechas en el documento resumen de la primera sesión: por un lado, “que las iglesias ofrezcan reconocimiento, formación y acompañamiento a los misioneros digitales que ya están trabajando, facilitando también el encuentro entre ellos” (Informe de Síntesis de la Primera Sesión cap. 17, l). Especialmente a los obispos y las Conferencias Episcopales, pero también, agregaría, a las Universidades e instituciones educativas católicas.
Por último, es de destacar la importancia de “crear redes de colaboración de personas influyentes que incluyan a personas de otras religiones o que no profesen ninguna fe, pero que colaboren en causas comunes para la promoción de la dignidad humana, la justicia y el cuidado de la casa común” (idem, cap. 17, m). Frente a tantas violencias, crisis climática y hambre, es urgente trabajar por un futuro (¡y un presente!) que sea más cercano al Reino de Dios, sacramento de su Presencia en el mundo.
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