“La esperanza que camina por caminos crucificados”

Resumen de la ruta Tarik – Emaús, julio 2022

Acercarse al mundo de las migraciones supone tomar contacto con una realidad dura, por lo habitual más llena de sombras que de buenas noticias. El caso de la frontera sur no es una excepción, con un goteo constante de tragedias con escaso eco mediático, como la reciente muerte de decenas de personas (en circunstancias aún no esclarecidas) cuando intentaban saltar la valla de Melilla el día 24 de junio. Aun así, mi petición al comenzar la ruta era ganar una mirada algo más esperanzada sobre esta dura realidad.

El inicio de la experiencia fue un desafío a este deseo. Se nos invitaba a contemplar la ruta migratoria desde la imagen del desierto. Aridez, soledad, silencio, tentación de abandonar. Un desierto que, aplicado al contexto migratorio de la frontera sur, se puede dividir en 3 fases: la dificultad de dejar el país de origen (recaudar el dinero suficiente para el viaje, abandonar a familiares sin la certeza de poder volver a verlos), la dureza de la propia ruta (caminar durante semanas por el desierto, calor asfixiante, dormir al raso, extorsión por las mafias, vallas, concertinas, cruzar el mar en una patera) y, por si fuera poco, la odisea final en el país de llegada (obstáculos administrativos para conseguir papeles, explotación laboral, exclusión, racismo).

Esta imagen me acompañó durante todos los días de la experiencia, haciéndose muy real en las vidas e historias que nos encontramos en el camino. Relatos que hablaban de huir de la pobreza, la violencia o de matrimonios forzosos. Momentos de silencio y calma tensa en el monte Gurugú, intuyendo a aquellos que se esconden en los bosques por miedo a ser detenidos. De echarse al mar en la oscuridad de la noche. Mar Mediterráneo, lugar de ocio y descanso para muchos, y cementerio de sueños para tantos. De condiciones de vida indignas en los asentamientos de los invernaderos de Almería, donde aquellos que recogen las hortalizas que llegan a nuestra mesa malviven por culpa de la exclusión a la que aboca la actual ley española de Extranjería.

¿Dónde buscar pues la esperanza? En contraposición a los 3 desiertos, 3 fueron también las fuentes de esperanza que brotaron a lo largo de la experiencia. En primer lugar, las propias personas migrantes. Su determinación, su resistencia y su fe, por encima de todos los obstáculos. Sus historias de migración son “historias de amor”, pues al final su deseo no es otro que poder llegar a enviar dinero a los familiares que han dejado atrás.

Mi segunda fuente de esperanza son las personas que tratan de ayudar a los migrantes en los distintos puntos de la ruta. Las personas que conocimos (Joaqui, Dani, Begoña, Rocío, Álvar, Marisa, Asier…) y tantas otras que en el anonimato son rostro amable, mano tendida y espíritu de acogida. Sus vidas hablan del Reino de Dios, en el que no existen fronteras ni nacionalidades.

Y por último, la esperanza en el Dios de Jesús. Que me invita a permanecer y guardar silencio ante lo que no entiendo, como María al pie de la cruz. Y a confiar en que, a pesar de todos los crucificados de hoy en día, el mal no tiene la última palabra.

Para terminar, me queda también la intuición de que esta búsqueda de motivos de esperanza no puede llevarme a la complacencia. Que la realidad a la que se enfrentan cada día miles de personas en su periplo migratorio no puede ser dulcificada. Realidad injusta, deshumanizada, brutal. Que Jesús me y nos llama. A no normalizar la muerte evitable. A no considerar “ilegales” a personas cuyo único delito es buscar una vida mejor. A tomar partido, a no ser indiferentes.

Marco Rivas

CVX en Valladolid

Participante experiencia Tarik Emaús

2 Comentarios

    • Merce Pagonabarraga

      Gracias por el testimonio!!

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