María, verdadera hermana nuestra

Teresa González Pérez, 9 de diciembre de 2021

Hace unos día fue 8 de diciembre. Amaneció un día radiante y lleno de luz que hacía de la mañana sevillana una mañana con magia. Sin embargo, sintiéndome alejada de la idealización mariana de los años 50, como muchos y muchas de nosotras me he preguntado con honestidad por el sentido último de lo que celebrábamos. Creo que hemos sido capaces de ir dejando atrás las imágenes sublimes y exaltadas de la madre de Jesús, pero quizás nos falta aún camino en el recrear o reconectar con Miriam, Inmaculada, María sin mancha.


La lectura de Lucas recoge ese atrevido diálogo de María con el ángel. Un diálogo que arranca como alabanza y reconocimiento, y que pasa después a introducir lo incierto, un anuncio, que es acogido con pequeñez y valentía. La escena (Lucas 1,28) ayuda a ponerse en conexión con esa capacidad de María de acoger lo incierto, pero ¿Qué significa inmaculada?
¿A qué nos estamos refiriendo? Para intentar responderme me inspiro en algunas reflexiones de Mariola López Villanueva, gran maestra. Solo ella es capaz de dibujar, un misterio tan sagrado con tanta humanidad ante una realidad que podemos vivir tan desconectada con nuestro ser mujer creyente como es el dogma[1] de la Inmaculada. Una relectura feminista y
desde los pobres puede ayudarnos a apropiarnos más de una renovada mariología. Un reto desafiante a recorrer por las que invitadas por la espiritualidad ignaciana asumimos que María es quien nos pone con su hijo [2].



Ser sin mancha es reconocer que en María somos capaces de ver que está habitada por Dios y que hay en ella una luz que la hace singular porque trasparenta ese núcleo irreductible que nada ni nadie puede manchar. Ese núcleo de lo que auténticamente somos es lo que proclamamos con fuerza, esa presencia que está dentro de todo ser humano y que en
María de Nazaret no se ha roto porque se ha sentido mirada por Dios en su pequeñez que es la nuestra. Es desde ahí que El señor está contigo en ese núcleo irreductible donde su presencia brilla sin macha. Que la Inmaculada refleje ese núcleo irreductible que nadie ni nada puede manchar tiene muchas implicaciones. La primera de ellas es que nos ayuda a conectar y a rescatar en cada una de nosotras aquello de nuestro propio núcleo esencial que está limpio.


Todas las personas tenemos al menos algo de nuestro núcleo irreductible sin mancha, siempre queda algo, al menos una pequeña parte desde la que poder dejar que se reconstruya nuestra humanidad para poder dejar hueco a la presencia y permitir ser habitada. El sin mancha de María de Nazaret, nos conecta con sabernos conectadas en lo que sí es presencia de Dios en la vida de cada una. La segunda implicación es que esta vulnerabilidad que en María se privilegia a los más pequeños, a los más olvidados es esperanza de liberación que es personal y es política, porque es parte de la historia de la salvación y podemos reconocer en ella la valentía y el protagonismo de ser Virgen liberadora de Opresión como en el Magníficat (Lucas 1, 54). Su sin mancha es el reconocimiento de que hasta lo más proscrito y lo más roto de nuestras sociedades puede ser lleno de gracia.

Durante siglos muchas respuestas se han dado a esta pregunta. Se llegaron a elaborar tratados y manuales sobre lo que significaba la virginidad de María. Hombres que hablaban sobre virginidad, hombres que hablaban sobre mujeres, hombres cegados y enredados en especulaciones filosóficas y teológicas. Hoy desde una teología crítica, reconocemos que proclamar a María sin mancha es sentir a la madre de Jesús, Verdadera hermana nuestra[3]. Es la santa de Nazaret que está en lo cotidiano de cada día y que nos invita a querer ser espacio de santidad. Es heredera de mujeres que cantan y están llenas de santidad como Ana e Isabel, llenas de vida cuando la infertilidad se vivía con desprecio. María no es solo cuerpo, es
humanidad llena de autoridad, Mujer libre, fuerte y capaz de acoger el desgarro y también de liderar a los seguidores y seguidoras de Jesús como hizo en las bodas de Caná “Haced lo que él os diga” (Juan 2,5) y en el cenáculo de pentecostés. Como plantea Elizabeth Johnson la mariología tradicional ha tendido a separar a la madre de Jesús de todas las demás mujeres, representándola como el ideal femenino conforme al cual el patriarcado juzga a sus hermanas y legitima la posición subordinada de las mujeres en la Iglesia. Desde una hermenéutica con ojos de mujer, nos invita a bajar a María del pedestal en que ha sido venerada durante siglos y a unirse a nosotras en una comunidad de gracia y de lucha dentro de la historia.


Que así sea, que se cumpla el misterio de liberación de las pobres y oprimidas. Que así sea, que seamos capaces de responder al Fiat, dejarnos guiar por la Ruah, para participar de la construcción del Reino en la dignidad absoluta, sin macha de cada ser humano.

[1] El dogma de la inmaculada se proclamó el 8 de diciembre de 1854 tras una consulta previa a los obispos por parte de Pio IX (UBI PRIMUN 1849 y la BULA INFALIBILIS DEUS 1854).
[2] En la AUTOBIOGRAFIA Nº 96 el peregrino no se cansa rogarle a la Virgen que lo acercase a su Hijo.

[3] Johnson E. Verdadera hermana nuestra. Teología de María en la comunión de los santos. Herder editorial 2005


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