Valle Chías rjm
Lo que comparto en las siguientes líneas es un tímido esbozo de lo que en el último tiempo ronda mi pensamiento y mi oración y que surge al cruzar fronteras. Espero que no te suene a juicio y tampoco que intentes buscar una reflexión teológica profunda. Sin embargo, ojalá nos ayude, a ti y a mí, a pronunciar esas preguntas incómodas, pero necesarias, que nos hacen salir de la llamada zona de confort.
A principios de julio volví a España, oportunidad de sanar y descansar, pero también de ponerme al día con el nuevo requisito de entrada en nuestra «segura» Europa, la vacuna para el coronavirus; una frontera más, según de dónde vengas… En ese mismo mes de julio había comenzado la vacunación en el país de donde vengo, Haití, desgraciadamente re-cordado por las dos breves portadas que ha ocupado este verano: el asesinato del Presidente de la República, Jovenel Moïse el 7 de julio, y el terremoto de 7.2 grados el 14 de agosto (aunque de esto hablaremos más adelante). Haití ha sido uno de los últimos países en comenzarla y el pistoletazo de salida contó con 150.000 dosis para una población de 11 millones de habitantes, por supuesto, administradas en los principales hospitales, localizados en la capital, ya que no se puede asegurar mantener la cadena de frío y, además, las carreteras (por inexistentes en varias zonas, e inseguras en la mayoría) impiden su distribución.

Me sorprendió el contraste, ya no sólo por el paisaje: caminos de tierra, casas con tejados de palma, motos con 5 pasajeros sin casco, ancianos volviendo de pelear con una tierra árida a lomos de un burro, niños cogiendo agua del río… y un enorme sinfín de postales, que resultarían bellas si no fuera por la hiriente verdad de la que hablan… sino por las conversaciones. Qué vacunas le han puesto a uno, las reacciones, los negacionistas, el porcentaje de vacunados… Esto me impresionó, y me dolió. Y sólo supuso una ventana para darme cuenta de mucho más. Por ejemplo, que allí en Haití (y podemos poner otros muchos nombres de países del mundo), en el área en el que yo vivo, el Noroeste, ante la sospecha de un caso de Covid 19, habría que tomar la muestra y enviarla a Puerto Príncipe, a 8 horas (en coche propio, ya que si tenemos que contar con autobuses y las continuas averías el tiempo se convertiría en inmensurable). ¿Mantendríamos aislada a esa persona/familia hasta recibir los resultados? Como puedes imaginar, esta gente vive al día y no hay posibilidad de hacer un pedido al supermercado de la esquina, porque no tienen.
Bueno, «es lo que hay» … supongo. Pero quizás me resulta mucho más evidente la brecha que hay en nuestro mundo cuando utilizamos la misma vara de medir… pero no se ofrecen las mismas oportunidades.
Pero ahora la Covid 19 ha dejado de ser una urgencia en Haití. En realidad, salvo en momentos muy concretos, no lo ha sido en toda la pandemia. No había apenas prevención (qué manos vamos a lavar sin agua; las mascarillas, si las había, eran en muchos casos pañuelos o camisetas; y distancia social, ¡eso requeriría de años de sensibilización!), escaso diagnóstico, y prácticamente nulo tratamiento para casos moderados o graves. Justo en el momento que parecía que la cosa se ponía peor en número de casos y muertes, y se hablaba de la llegada de las vacunas, el foco pasó al asesinato del Presidente. Asesinato que ocupó, en uno de los telediarios españoles, menos que la noticia de un puente que querían derrumbar en un pueblecito de España. Sin embargo, reconozco que me puse contenta, al menos, se nombró. Pero no fue sólo el asesinato, luego vino la búsqueda de los responsables, la inseguridad (aumentada) en las calles, la intriga por quién gobernaría hasta las siguientes elecciones y cuándo éstas tendrán lugar, el «porqué» no respondido, las bandas tomando mayor poder… Y cuando esto pareció algo calmado, el terremoto. El recuerdo de 2010. Un nuevo golpe para una sociedad que apenas consigue ponerse en pie.

Hasta aquí el contexto, en el que claramente hay pinceladas de subjetividad, y probablemente no sea la experiencia de otros en Haití (el Noroeste es uno de los departamentos más dejados del país). Pero no me puedo quedar en datos y desazón. ¿Qué me dice, a qué me invita Dios desde esta realidad?
Pese a que me cueste (tengo últimamente la sensación de que a la gente no le gusta que le cuente lo que vivo allí), lo que aparece con fuerza es poner voz, que se escuche hablar de los más vulnerables, que caigamos en la cuenta de que eso de tener techo, comida, agua potable en el grifo, poder viajar o dar un paseo por la noche… no es lo normal. Que existen vidas muy golpeadas, muy muy sufrientes. Y escuchar esto no nos gusta. La pobreza cuestiona, te mira de frente y araña. Pero creo que debemos exponernos, interesarnos por esas vidas. Lo que no se conoce, no se ama y, ¿cómo vamos a servir si nuestro servicio no surge del amor?
Por otra parte, trabajar por la justicia. Y eso se nos puede quedar grande. Te aseguro que, a mí, a veces, se me cae el alma a los pies en Haití. Veo imposible poder hacer frente a la corrupción, la violencia… pero en la medida en la que en nuestros entornos vayamos relacionándonos y actuando justamente (con criterios del Evangelio) confío en que se creará otra cultura. Hay muchas, muchas pequeñas cositas que se cuelan en nuestro cotidiano y que atentan contra los más vulnerables.
A vivir desde el agradecimiento sincero. Decía Toni Catalá sj que “no se trata de agradecer posesiones, sino de reconocer dones”. Cada día veo más que todo es don, que no me lo merezco. Y desde ahí, desde este reconocer, extender manos y dar la vida. Me impresiona la tónica de reclamo, de… imposición que se da entre personas que aparentemente viven bastante bien. Un «ordeno y mando», como si al buscador de internet estuviéramos hablando. Pararme, mirar mi entorno, las personas… y ahondar en la capacidad de reconocer tanto bien recibido, y responder con «tomad Señor…».

Y, por último, o quizás impregnándolo todo, “en Él solo poner la Esperanza” (San Ignacio de Loyola). Vivir en un entorno tan a la intemperie y salvaje, me hace darme cuenta que todo empieza y acaba en Él. Que es Él quien sostiene. Que la vida, cuando se desnuda de seguridades, calendarios… es toda de Él, y la Fe y la Esperanza se hacen verdad en el Principio y Fundamento.
Puedes pensar que nada de esto: tener presentes a los vulnerables, trabajar por la justicia, vivir en clave de agradecimiento y anclarse en la Esperanza es nuevo. Y tienes razón. Creo que la novedad la trae la vida y la invitación personal de Dios a cada uno en ella. ¿Te dejas interpelar por ella? ¿A qué te llama a ti el Señor en las fronteras que cruzas?
Valle Chías (Sevilla, 1988) es Religiosa de Jesús-María, médico, actualmente destinada en Jean Rabel, Haití. En esta misión las religiosas coordinan 6 escuelas de Fe y Alegría, además de varios talleres para mujeres y de alfabetización digital; así como un proyecto de atención sanitaria con una clínica móvil.
Imágenes: Rutger Tul, de Freeimages.com (portada) y fotografías de Haití, de Valle Chías.
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Es importante poner de manifiesto las realidades de países como Haití a los que muchas veces miramos hacia otro lado porque duele ver sus realidades , sacude nuestras conciencias, nos llama a implicarnos
Somos un todo en el mundo, es preciso que tomemos conciencia de ello, que agradezcamos a Dios lo que tenemos y que hagamos lo posible porque se eliminen tantas diferencias económicas y sociales
Gracias por tu vida y la de tanta gente (ojalá fuéramos más los valientes) que trabajáis allí donde el mundo se debate en la pobreza y el dolor constante. Desde aquí sólo me siento en la necesidad de pedir por Haití todos los días en mi oración
Muchas gracias por ayudarnos a tomar conciencia de lo que ocurre en Haiti y hacernos reflexionar sobre lo que a nosotros nos parece normal y lo que para otros países es algo impensable y que eso nos tiene que ayudar ser conscientes de la responsabilidad que tenemos con todos ellos y que nos pongamos en movimiento.