Despoblación, reequilibrio territorial y bien común

Por Diego Loras Gimeno.

 

La despoblación rural (y de las medianas y pequeñas ciudades) es uno de los grandes retos que enfrentan nuestras sociedades hoy en día. De la mano de este problema viene otro, el de los desequilibrios territoriales: una gran parte de la población viviendo en extensiones muy pequeñas del territorio y el resto del territorio prácticamente desierto. En concreto, en nuestro país el 90% de la población vive en el 30% del territorio (las grandes ciudades y el litoral), mientras que el 10% restante de la población vive diseminado por el 70% de la extensión de nuestro país. Y estas desigualdades demográficas tienen serias consecuencias económicas, sociales, ambientales y culturales.

¿Es el equilibrio territorial una contribución al bien común?

Es erróneo afirmar que dé igual dónde viva la gente. Del mismo modo es erróneo asumir que si amplias masas de territorio quedan despobladas, ello sea fruto de la libertad de las personas que emigran y que no existan detrás de este fenómeno causas de diversa índole (entre ellas, económicas o de falta de oportunidades) que obligan a estas personas a emigrar. Es por eso, por lo que no podemos pensar que no debemos hacer nada para cambiar esa situación. Partamos de dos presupuestos que una amplia mayoría de la población comparte: “es mejor que la población esté repartida por el territorio a que no lo esté” y “es mejor que los pueblos pequeños tengan vida a que no la tengan”. Si concordamos en estas premisas, podemos entender que el equilibrio territorial y la lucha contra la despoblación es una contribución al bien común y, por lo tanto, a ello deberían dar respuesta las políticas públicas.

Por otra parte, no da igual si la riqueza está repartida de manera más o menos igualitaria en una sociedad. Tampoco da igual si esa sociedad genera muchos residuos contaminantes o pocos. Hay premisas que, dado que entendemos que contribuyen al bien común, no podemos dejar al albur de la organización espontanea de la sociedad. Los agentes económicos, políticos y sociales deben ayudar a acabar con la despoblación y reequilibrar el territorio, porque es una idea profundamente arraigada en las convicciones morales de la mayoría de personas que comparten la ciudadanía con nosotros.

Una lucha tanto para progresistas como para conservadores

Pocos temas sociales pueden aunar tan unánimemente a todo el espectro ideológico como el tema de la despoblación y el equilibrio territorial. Para los progresistas, garantizar la igualdad a todos los ciudadanos supone que hay que dotar de oportunidades y recursos a los habitantes del mundo rural, que habitualmente han tenido un menor acceso a servicios que los residentes en ciudades. La construcción de infraestructuras de transporte, de telecomunicaciones (conexión de fibra óptica), o la provisión de servicios básicos a una distancia máxima razonable (inferior a media hora en coche) son políticas básicas que deberían llegar a todos los municipios de nuestro país si de verdad queremos garantizar la igualdad entre españoles que proclama el artículo 14 de la Constitución. Especialmente importante es el tema de los servicios básicos que, por haber sido en muchos casos inexistentes, ha supuesto una causa de despoblamiento. Se debe garantizar que nadie tiene que recorrer más de media hora en coche para llegar a un instituto, un centro de salud, una tienda de alimentación o una comisaría de policía. Si eso no se cumple, la igualdad territorial seguirá siendo una quimera sin aplicación práctica.

Al mismo tiempo, para los conservadores (que también compartirán algunas de las cuestiones ya mencionadas), luchar contra la despoblación supone preservar ciertos modos de vida, costumbres, tradiciones y patrimonio que de otra manera perderíamos como sociedad. En los países más desarrollados el porcentaje de población que vive en ciudades ya es mayor al porcentaje que vive en pueblos. No ha sido así siempre, ni tampoco lo es actualmente en otros lugares del mundo. Estos últimos decenios de cambios muy acelerados han causado este cambio social, pero la condición más común de la humanidad en los últimos siglos ha sido vivir en pueblos. Si durante tanto tiempo la sociedad se ha estructurado de una determinada manera, significa que hay algo valioso en ello. Algo que debemos preservar. Los modos de vida, costumbres y tradiciones nos explican cómo vivían nuestros padres, abuelos o bisabuelos. En todo ello hay un valor que nos da una explicación sobre quiénes somos y por qué nos comportamos socialmente de determinadas maneras. En cuanto al patrimonio material, es tremendamente triste ver antiguas iglesias, castillos o edificios señoriales reducidos a las ruinas en muchos pueblos. Evitar la despoblación impide la pérdida del patrimonio y de la historia de nuestros municipios y provincias. Somos un país rico en patrimonio que acabará derruido si no ponemos fin a la despoblación.

Que la población esté repartida por el territorio y que ningún pueblo pierda población puede ser un factor aglutinante para distintas perspectivas ideológicas en un momento en que tan polarizada está nuestra opinión pública. Según el CIS, el 88% de la población española coincide en que la despoblación es un problema grave o muy grave. El consenso y la concordia pueden encontrarse hoy en esta noble tarea de reequilibrar poblacionalmente nuestro país.

Jesús fue un hombre rural: el compromiso de los cristianos ante la despoblación

Para los católicos, la perspectiva de lo rural es algo que no solemos entender como coincidente con nuestra fe. Sin embargo, Jesús vivió la mayor parte de su vida en un entorno rural. Ciertamente eso configuró su personalidad y su manera de actuar. Podría haber nacido en una ciudad como Jerusalén y, sin embargo, eligió nacer y crecer en pequeños pueblos de Galilea. Podemos decir que Jesús hizo una opción preferencial por el mundo rural. También podemos pensar que ese detalle nos quiere decir algo importante. Las parábolas y enseñanzas que nos transmite el Evangelio, están impregnadas de un componente rural. Si perdemos y no preservamos la cultura y los modos de vida rurales, sin duda perderemos una parte de la configuración personal de Jesús y un patrimonio inmaterial de nuestra fe.

El compromiso eclesial en favor del mundo rural

La Iglesia ha testimoniado en muchos casos un esfuerzo por acompañar a las comunidades del mundo rural. En muchos pueblos de menos de 100 habitantes de nuestro país la mayoría de partidos políticos no acude ni siquiera en los periodos de campaña electoral y tampoco las empresas proveen de sus bienes y servicios a estas zonas. Pocos votos y poca demanda monetaria para quien piensa en las personas como cifras. Sin embargo, la Iglesia ha estado haciendo, en muchos casos, un esfuerzo encomiable por llegar a todos los rincones del mundo rural. Muchos sacerdotes atienden varios pueblos para que la eucaristía pueda seguir celebrándose en pueblos de menos de 100 habitantes. No obstante, la falta de vocaciones ha sugerido propuestas creativas como las celebraciones de la palabra, oficiadas por laicos de la comunidad local, para paliar la falta de sacerdotes. La eucaristía sigue siendo no sólo el centro espiritual, sino también el cultural de muchos pueblos pequeños. En ocasiones se convierte en la única reunión semanal donde gran parte del pueblo está presente.

Hace unos meses, los obispos de las diócesis de Aragón escribieron una carta pastoral titulada “Nazaret era un pueblo pequeño” sobre la España vaciada. Es una reflexión muy recomendable sobre la espiritualidad y el futuro de la pastoral en pequeñas comunidades rurales. Las comunidades eclesiales del mundo rural pueden ser esas “minorías creativas” que inspiren a una humanidad necesitada de la fe y de los valores del mundo rural.

“Nazaret era un pueblo pequeño y, a los ojos de los sabios y entendidos, de allí no podía salir nada bueno. Sin embargo, Dios trastoca y confunde la inteligencia de los que se creen dueños del pensamiento […], apostando por lo pequeño, por los brotes, por los gérmenes, por la diminuta semilla de la mostaza, por el trabajo silencioso de la levadura en la masa […], por los pobres pastores que vivían a la intemperie, pero vigilando, siempre vigilando, en esta actitud permanente de Adviento”.

 

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