Un grupo de personas, a las que nos une la espiritualidad de San Ignacio y la preocupación por la justicia y la convivencia, convocadas por Cristianisme i Justícia (CJ) y la Comunidad de Vida Cristiana (CVX), nos hemos encontrado para compartir nuestro sentir y parecer sobre la situación de extrema polarización que se vive en la política y en la sociedad española. Una realidad que nos duele y nos preocupa como ciudadanía y como creyentes.
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El grupo lo hemos conformado mujeres y hombres de diversos orígenes, trayectorias y pertenencias. Desde esa riqueza hemos dedicado varias sesiones a la escucha acogedora, en un espacio de confianza donde compartir las opiniones y emociones que nos provoca esta fractura social.
Aunque nos acerquemos desde una fe compartida, no tenemos la misma posición sobre todo lo hablado. Este documento no refleja una postura homogénea del grupo sino un resumen de las reflexiones que han surgido con más intensidad en las sesiones.
El objetivo de este documento es compartir con otros grupos y comunidades estas reflexiones y propuestas, animando no solo a su lectura sino también a dedicar espacios al diálogo sobre esta cuestión. Siempre, y más tratándose de un asunto sensible, sugerimos una lectura de mente y corazón abiertos, evitando prejuicios, presunciones y descartes inmediatos de lo leído en base a la posición propia, cuestionando lo que tenemos enquistado, con ojos que miran despacio antes de juzgar.
A qué nos referimos al hablar de polarización social y política
Nos referimos al paso de las opiniones sobre temas políticos y sociales, a las posiciones irreconciliables, de ahí al frentismo y la exclusión de quien piensa diferente, para llegar a la quiebra de la convivencia, a la ruptura de relaciones e, incluso, a la violencia.
No apuntamos de forma negativa a una posición política concreta, por extrema que ésta sea y siempre que respete la ley y los derechos humanos, sino a la forma como estas posiciones se enconan y enfrentan.
Cómo nos sentimos
Somos conscientes de que la polarización social y política nos afecta. A pesar de enmudecer a veces, hay situaciones en las que participamos de ella y creemos la promesa fácil o la idea empaquetada en un tuit, frente a consensos de calado hondo que tanto ha costado construir.
La agresividad que se llega a producir en grupos, familias, espacios virtuales y también en nuestras comunidades y en la Iglesia, nos provoca desesperanza, enfado e incluso miedo. Hay ocasiones en las que optamos por el silencio incómodo para evitar la ruptura. Desorientados, a veces preferimos recluirnos y dedicarnos a cuidar a las personas cercanas, alejándonos de espacios más amplios donde la anulación del otro se ha convertido en hábito.
Nos preocupa lo que esta situación provoca en la juventud, en nuestras hijas e hijos que se encuentran pivotando entre posiciones extremas, atraídos por la aparente seguridad y el sentido de pertenencia que les aportan, sin apreciar los matices de los espacios intermedios que quedan desdibujados.
Finalmente, nos sabemos privilegiados por contar con espacios como este, y otros, en los que sentimos consuelo y seguridad, en la confianza de que podemos expresar lo que pensamos, sabiendo que será acogido por más que sea en el desacuerdo.

Qué vemos
Vemos cómo se extiende la polarización extrema en todo el mundo, impulsada por actores políticos que la diseñan, financian y atizan con éxito para sacar beneficio en forma de apoyos a su causa, sea a corto plazo (votos, firmas y posiciones) o largo (cambios culturales en valores, creencias y actitudes).
Su extensión y crudeza contamina relaciones de todo tipo: familia, trabajos, amistades y también comunidades de vida espiritual. Los medios de comunicación nos inundan de titulares duros que afianzan lo que cada persona piensa en su polo, sin apenas dejar espacio para la diversidad de posiciones. Las redes sociales se convierten en lodazales plagados de ideas fáciles, exageraciones e insultos. La evidencia científica dejó de serlo, cuestionada por un hilo de tuits de cualquier agitador de la mentira.
Nos encontramos con este fenómeno en casi todo el mundo. El surgimiento de regímenes autoritarios en la frontera con lo despótico, cada vez en más países y desde aparentes derechas e izquierdas, alienta el “conmigo o contra mí”, persiguiendo violentamente las opiniones críticas.
Vemos con desazón cómo consensos internacionales básicos, que costó tanto construir tras hecatombes como la II Guerra Mundial, son cuestionados y atacados. Los derechos humanos no pueden ser juguete de extremismos que los nieguen y alienten su vulneración.
La polarización ofrece soluciones mágicas. Al creerlas firmemente la persona se afirma y se alinea, llegando a sentir con certeza que los “polarizadores” son siempre los otros. Es un fenómeno que cercena la diversidad al perseguir una posición única y hegemónica, empobreciendo el debate y la creatividad inherente al ser humano. Negamos la complejidad al no escucharnos ni reconocernos, al retirar la legitimidad al otro.
Constatamos que, bajo extremismos políticos, subyace con frecuencia el miedo a perder el poder, la seguridad y los privilegios. Miedo que conduce a reacciones defensivas. Reconocemos también nuestros privilegios como personas que vivimos en un país rico sin sufrir privaciones severas. Además de asustarnos, el colapso ambiental nos cuestiona como parte de una sociedad desarrollada que, ante la escasez de recursos, puede dedicarse a defender lo suyo, descartando al resto y sin volcarse en encontrar alternativas para toda la humanidad.
Como creyentes y miembros de la Iglesia, nos preocupa percibir a ésta centrada en la defensa de categorías morales. Vemos con inquietud a sectores de la misma implicados a fondo en una “guerra cultural” sin cuartel que no es ajena a la polarización que describimos. Incluso la figura del papa, cuyas propuestas pueden ser sujeto de debate, es atacada visceralmente desde extremismos dentro de la Iglesia.
De vuelta a nuestras parejas, amistades y trabajos, nos hacemos conscientes de que la polarización, por más que los alcanza y los daña, está más en el aire de la vida política, mediática y de redes, que en las personas con las que nos relacionamos cada día, en nuestros afanes y quereres. Nos alienta ver a lideresas sociales, intelectuales, periodistas, artistas, que trascienden los marcos de la agresividad y la exclusión para conformar otros de humanidad y encuentro.
Es en las comunidades en las que compartimos nuestra vida, donde también encontramos el espacio para recentrarnos en lo que de verdad importa, el encuentro con Jesús, el servicio a la fe y la promoción de la justicia.

Qué podemos hacer
Recogemos a continuación reflexiones y propuestas de actuación para contribuir a la renovación de la convivencia entre quienes piensan diferente.
Como ciudadanía
- No alimentar la polarización. No compartir contenidos que contribuyen a este clima de separación por ser agresivos o estar presentados de forma agresiva. Es imprescindible dedicar tiempo a confirmar la veracidad de la información que compartimos de forma presencial o digital. Ante la duda, mejor no hacerlo. El algoritmo no nos lo agradecerá, pero la convivencia sí.
- No dejarse impregnar por contenidos agresivos o de dudosa credibilidad, por más atractivos que resulten. Los mensajes y personajes que destilan odio hacia quien sea no pueden tener cabida, ni en nuestro interior ni en nuestros espacios de relación. Las malas palabras apelan al instinto y acaban conformando realidades que nos hacen ver al otro como peligro, como enemigo a expulsar o destruir.
- El silencio no es siempre la mejor opción, pero puede serla y es positivo pedirlo y ejercerlo en casos en los que hablar o compartir solo va a contribuir a exacerbar la tensión y provocar la ruptura de grupos y relaciones. Por otro lado, es legítimo pedir respeto por las posiciones propias y proponer “espacios de confianza” en los que ciertos temas no se aborden o se traten bajo ciertas reglas. La amistad, la familia, el amor, tienen más valor que la defensa a ultranza de una postura o que el ataque a un líder político o partido.
- Sugerimos valorar y pedir que se valoren las evidencias, datos y hechos contrastados como base indispensable de la conversación. La mentira hay que señalarla, las emociones no pueden llevar a la irracionalidad. Al tiempo, es necesario buscar la complejidad y la diversidad. Son pocos los desafíos actuales que tienen soluciones simples. Es positivo sentirse a veces inseguro, incierto, necesitado de posiciones complejas que nos cuestionen. El discernimiento se vuelve indispensable en la sociedad actual, para evitar reacciones viscerales ante situaciones que requieren reflexión.
- El diálogo y la búsqueda creativa de alternativas a los retos de la sociedad no pueden cuestionar las bases de la convivencia. No podemos sentirnos cerca de populistas que cuestionan los derechos humanos en su universalidad o laminan la democracia, que requiere de resignificación, respeto y refuerzo.
- Es indispensable dejar fuera de los debates extremos y electoralistas la defensa de los derechos humanos como fundamento de la humanidad. También la crisis climática, evidenciada por la ciencia, que afecta sobre todo a los más pobres y a la que solo podremos enfrentarnos desde un profundo sentido de sociedad común.
Como creyentes
- Queremos hacer realidad el valor y la dignidad de cada persona, incluso de las que nos hacen daño. Hoy se vuelve más relevante la propuesta de San Ignacio de “salvar la proposición del prójimo antes que condenarla”. O sea, no excluir a priori a otras personas y sus opiniones, escuchar primero, tratar de entender de dónde viene y qué hay detrás de lo escuchado. Ser capaces de manejar lo afectivo en una situación de diferencia e incluso confrontación de ideas y darnos cuenta, cuando no sabemos hacerlo, de que también contribuimos a la polarización.
- Sin abandonar los espacios públicos, reforzar el pensamiento y el trabajo local, en barrios y parroquias enraizadas en la vida real, la cotidiana de movimientos eclesiales de base. No dejar que las comunidades sean instrumentalizadas por unas posiciones u otras, sino hacer que se conviertan en fermento de transformación personal y colectiva en la búsqueda de Dios.
- Sugerimos renovar nuestro compromiso de fe a través de la espiritualidad del bien común, que se nutre del pensamiento de Ignacio Ellacuría, Gustavo Gutiérrez y otros, y que es una espiritualidad “del otro”[1]. Discernir qué es lo que conviene a la sociedad en su conjunto, saliendo de nuestro espacio privado como único lugar. Un bien común que no es la acumulación de bienes individuales, sino la construcción de los colectivos desde una profunda libertad cristiana, que nos limita a la hora de tener todo lo que desearíamos, que nos exige renuncias.
- Nos inspira y cuestiona la encíclica del papa Francisco “Fratelli Tutti” al plantear una economía y unas relaciones sociales basadas en la vida de Jesús, en la fraternidad entre hermanas y hermanos, en compartir y construir sociedades justas. Ese debería ser nuestro “espacio intermedio”, nuestro Bien Común.
- La espiritualidad del bien común es liberadora, reivindica a las personas que viven en la pobreza y las coloca como centro de nuestros afanes por la promoción de la justicia, exigiéndonos abrir espacio a sus voces. Nuestro lugar también está al lado de los más vulnerables, en los que Jesús se encarnó.
Al final nos agarramos a la esperanza, una virtud que viene con el espíritu que nos habita. La esperanza en mujeres y hombres que no usan la palabra como un martillo, sino como una posibilidad de encuentro. La esperanza en comunidades donde la diferencia encuentra sitio, de las que surgen opciones y alternativas para construir sociedades mejores. La esperanza en el Padre que nos acoge en su abrazo, más allá de nuestros miedos y rupturas.
[1] Sepúlveda del Río, I. (2021). Aportes de una Espiritualidad Liberadora a la Búsqueda del Bien Común. En: J. Senent de Frutos, J & A. Viñas Vera (Eds.), Espiritualidad, saberes y transformación social desde Ellacuría (pp.35-48). Comares.
Graciela Amo. Miembro de los Grupos Loyola. Madrid.
Pedro Castelao. Universidad Pontificia Comillas Madrid, gallego.
Ángel Delgado. Ingeniero de caminos. La Coruña. Miembro de CVX.
Pablo Font Oporto. Sevilla. Profesor en Universidad Loyola Andalucía, miembro de CVX, colaborador CJ. Sevilla.
Cristina Gortázar. Profesora en Universidad Pontificia Comillas. Madrid
María del Mar Magallón. Alboan. Bilbao, madrileña.
Cristina Manzanedo. Ödos. Miembro de los patronatos de Cristianisme i Justicia (CJ) y Fundación San Juan del Castillo. Madrid.
Pep Mária. Jesuita, professor ESADE, colaborador CJ. Barcelona.
Núria Radó. Investigadora y profesora, Colaboradora CJ. Barcelona.
Alfonso Salgado. Profesor de universidad, miembro de CVX. Salamanca.
Ignacio Sepúlveda. Profesor en Universidad Loyola Andalucía, miembro de CVX. Sevilla, chileno.
Pepa Torres. Madrid. Religiosa (Apostólica del Corazón de Jesús), teóloga y educadora social. Revuelta de las mujeres en la iglesia. Madrid.
Javier Vitoria. Presbítero diocesano, colaborador CJ. Bilbao.
Chema Vera. Experto en Cooperación y Desarrollo. Madrid.
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